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—Auch. —se quejó Paul al sentir una cuarta aguja ese día entrar por su piel para extraer una muestra de sangre de sus venas.

—Es la última que te sacaremos muchacho, no te preocupes. —el enfermero encargado le dio una pequeña sonrisa, y al finalizar se marchó de la habitación con la muestra de sangre y otros pequeños instrumentos en una pequeña mesita con ruedas.

En la mañana salió con su padre de casa para buscar a su novio debido a que Paul realmente quería tenerlo presente en los exámenes, una vez el chico estuvo dentro del auto las cosas se complicaron, Paul sintió ese clásico mareo, pero no bastó con eso, un terrible dolor de cabeza lo dejó inconsciente de inmediato, su cuerpo comenzó a convulsionar inexplicablemente ahí mismo, asustando a quienes lo acompañaban como nunca. Tuvieron que recostar al menor con mucho cuidado en los asientos traseros hasta que se detuvo, John iba junto al inconsciente cuerpo de Paul mientras Jim manejaba con rapidez hacia el hospital, no tenían idea de porqué su cuerpo había reaccionado de esa forma, pero de lo que sí estaban seguros, era de que nunca habían temido tanto como en ese preciso momento.

Al llegar al hospital no tardaron en ingresar a Paul, gracias a que debían administrarle diversos medicamentos tuvieron que quitarle el yeso antes de tiempo, de esa forma era mucho más cómodo para los profesionales poder sacarle muestras o inyectarle algún medicamento o suero, en cambio pusieron un vendaje elástico en la zona para no interferir demasiado con la recuperación de su extremidad.
Ahora el adolescente descansaba en una camilla con su padre y su novio observándolo preocupados, mientras que él solo deseaba que esa pesadilla acabara.

Definitivamente no le gustaba estar enfermo, y detestaba cada vez más los hospitales.

—Mamá nunca tuvo convulsiones... —murmuró viendo un punto fijo en la pared totalmente serio, eso sólo le había quitado la duda de si estaba enfermo como Mary, pero automáticamente supo que tenía algo tal vez más grave.

—No pienses lo peor, ¿okay? —Jim intentó tranquilizarlo, acercándose al chico para tomar su mano entre las suyas, pero Paul la quitó con rapidez.

—¡No me pidas que haga eso! —sus ojos se cristalizaron de inmediato, estaba tan malditamente aterrado que no sabía cómo reaccionar, ¿y si estaba terminal? ¿Qué tal si requería cirugía? ¿Y si moría en el pabellón? Solo faltaban unos cuantos días para su cumpleaños número quince, no podía morir tan joven, maldita sea.

—Paul... —John murmuró su nombre, sonando completamente dolido, caminando hacia el otro costado de su novio para acercarse con lentitud.

Paul al verlo a su lado no tardó en estallar, cubrió su rostro con dificultad por los estúpidas vías en sus brazos y comenzó a llorar, no le importó en lo absoluto demostrarse destrozado ante esas dos personas que quería tanto, al sentirlos abrazándolo lloró aún más. No quería estar enfermo, ¿por qué le tocaba a él? ¿Quitarle a su madre no había sido suficiente? La vida era un asco.

Una mujer cruzó la puerta con el expediente del chico en manos, un estetoscopio colgaba en su cuello y en su gafete podía leerse su nombre y algunos otros datos. Ella carraspeó levemente para llamar la atención de los presentes, que la miraron abatidos.

—Las muestras de sangre y uno de los síntomas nos arrojaron un resultado. —el adolescente en la camilla tembló, su manos eran afirmadas por las de su padre y su novio, una cada uno, haciéndole saber que no estaba sólo.

—¿Qué tiene mi hijo? —quiso saber Jim, la mujer se aclaró la voz una vez más.

—Los resultados dicen que esto puede tratarse de anemia —ellos prefirieron no preguntar al respecto ya que notaron que continuaría hablando.— pero no cantemos victoria, una persona anémica no tiene convulsiones y raramente desmayos. Dime chico, ¿últimamente te sentiste con fatiga, mareos o dolor de cabeza?

change ; mclennonDonde viven las historias. Descúbrelo ahora