Ya no sé cómo explicarle a mi corazón que no vas a volver...

15.1K 529 16
                                    

Recuerdo lo tonta que me ponía cada vez que me separaba de sus labios y me miraba con ganas de besarme. Me encantaba hacerle rabiar cuando me apartaba y no le dejaba besarme; arrugaba la frente y soplaba haciendo que algún que otro mechón de mi pelo se moviera. Entonces tenía la excusa perfecta para apartarlo y ponerme nerviosa, me acariciaba lentamente la mejilla y al acercarse para besarme era él el que se apartaba. Odiaba que lo hiciera pero a su misma vez me encantaba. Él me decía que nos dejáramos de juegos y que le besara y no podía resistirme a ello. Recuerdo que siempre le acariciaba el pelo sabiendo que eso a él le encantaba. Y le besaba hasta que se quedaba sin aliento, un beso detrás de otro, yo le daba uno y él me daba tres para compensar. A veces, se me escapaba una pequeña sonrisa mientras le besaba y eso a él le hacía reír. Siempre he pesando que no hay risa más bonita como la sonrisa que te sale cuando besas a alguien.

Si os digo la verdad creo que nos saltamos unas cuantas clases pero, ahí, sentada encima de él, encerrada en uno de los lavabos, la verdad es que no me importaba. Me tenía rodeada con sus brazos por la cintura y cada segundo me acercaba un poquito más a él. Yo le acariciaba el pelo y notaba como iba cerrando los ojos a ratos provocando una sonrisa en mi rostro.

–¿Qué miras tanto? –preguntó.

–A ti –le dije y reí.

–¿Qué pasa conmigo?

–Que parece que te gusta que te toquen el pelo.

–No sabes cuánto –se acercó a robarme un beso–. Y más si eres tú –susurró.

Le rodeé el cuello con mis brazos y me acerqué aún más (si eso era posible) y le abracé. Noté como se apoyó en uno de mis hombros y me abrazó muy fuerte.

–¿Estás bien? –susurré en su oído.

–Tu hermano me matará –dijo y sonreí sin que me viese.

–No si yo me pongo en medio –me separé de él y ésta vez le acaricié yo su mejilla–. No tengas miedo, no pareces ser un tipo que tiene miedo con facilidad.

–Pero sí tengo miedo cuando se trata de ti –confesó–. Luna, no sé como te lo haces pero me tienes enganchado –sonrió–. Enganchado como si fuese una polilla que va directo a la luz, como un escritor con su musa, enganchado como no sé –se pasó la lengua por sus labios y bajé mi mirada hacia allí– Ahora mismo si me preguntasen sin qué no podría vivir, sin duda diría que tus besos.

–Eric, no me digas esas cosas.

–¿Por qué? Si es la pura verdad.

–Es que no sabes lo mucho que me pueden tus palabras –dije mientras le escuchaba reír– Y lo feliz que me hacen –me cogió de la barbilla y me hizo mirarle.

–¿Y qué hay de malo?

–Que cuando te canses de mí y ya no me las digas voy a echarlo de menos.

Se puso serio.

–Vuelvo a decir que eres tonta –dijo e intenté no reírme.

–Y tú un gilipollas.

–Que te encanta, todo hay que decirlo.

–Añade también lo de creído –dije y ambos reímos pero al segundo volvió a ponerse serio. 

Me cogió la cara con ambas manos y me besó. Cerré los ojos automáticamente. Lo que sentía cuando me besaba no podía ser normal; era como si miles de mariposas se estamparan contra mi estómago queriendo salir para ser libres, para escapar de lo inevitable, para huír de él sabiendo que si seguía así lo más probable es que ellas acabaran muertas. Mis labios buscaban a los suyos como si estuviesen hechos para estar unidos. Se separó a regañadientes y se apoyó en mi frente.

"La historia de mi vida..."Donde viven las historias. Descúbrelo ahora