En esos momentos no me hacía falta nada más, tenerle ahí conmigo era lo mejor que podía pasarme. Estábamos, ambos, en el sofá y, él estaba tumbado con la cabeza en mis piernas y yo mientras no dejaba de acariciar su pelo. Me encantaba ver como cerraba los ojos de lo mucho que le gustaba. Era imposible no sonreír ante esa imagen, verlo ahí; tan frágil y relajado, con los ojos cerrados y con una sonrisa de las que dan ganas de acercar tu cara a la suya y besarle. Besarle hasta acabar con sus labios.
Cuando dejé de acariciarle el pelo recuerdo que abrió los ojos y se me quedó mirando fijamente como si estuviese buscando algo. Vi cómo se mordió el labio y cómo le brillaban los ojos. Sonreí automáticamente, era algo que ya me salía solo y sabía que si en estos momentos alguien pronunciaba su nombre sonreiría sin querer y, sabía -muy en el fondo- que eso no era nada bueno.
–¿En qué piensas? –pregunté.
–En ti –susurró y reí.
–Va, deja la broma a un lado por una vez –le pedí.
–No estaba bromeando –sonrió y notaba como el color de mis mejillas iba en aumento –. ¿Sabes que me entran ganas de besarte cuando te pones colorada?
–Pues no sé a qué esperas para hac... –no me dejó continuar porque se sentó para así alcanzar mis labios. Me cogió ambas mejillas con sus manos y me besó dulce y lentamente y, hasta ese entonces ni yo misma me había dado cuenta de lo mucho que necesitaba que me besara así. Puse mis manos en su pecho para separarlo de mí y así coger aire porque si fuese por él dejaría que me muriese entre sus labios. No nos engañemos tampoco, no me importaría, sería una bonita forma de morir.
Recuerdo que estuvimos uno segundos donde sólo nos mirábamos, él tenía la respiración agitada y yo más de lo mismo. A ratos se me iban mis ojos a sus labios y a él también le pasaba. Sonreía y veía que él me imitaba. Estábamos muy cerca pero sin la necesidad de besarnos. Lo que él no sabe es que esos segundos los dediqué a recordar su rostro para tenerlo presente mientras esa noche dormía lejos de él.
–¿Qué me estás haciendo? –preguntó mientras cerraba los ojos y apoyaba su frente en la mía.
–Eso mismo podría preguntarte yo a ti –le dije intentando no sonreír.
Me cogió de la cintura y me sentó a horcajadas. Le acariciaba lentamente el pelo mientras él me acercaba cada segundo más a su cuerpo como si eso fuese posible. A veces cuando hacía eso me reía porque parecía como si quisiera tenerme más cerca y no se daba cuenta de que no podía ser. Le besé la punta de la nariz y le dije:
–No tardaré en irme –susurré y cerró los ojos mientras negaba con la cabeza y escondía su cara entre mi pelo.
–No voy a dejar que te vayas.
–¿Vas a retenerme en contra de mi voluntad? –reí y se separó de mí.
La sonrisa que él llevaba puesta en la cara era matadora.
–Nunca sería en contra de tu voluntad si quieres quedarte –dijo para después morderse el labio.
–Lo tienes muy creído.
–Creído no, sólo sé que no puedes resistirte a mis encantos.
–Eso es lo que tú te crees –le reté.
–¿Estás segura? –asentí–. Entonces haga lo que haga podrías resistirte a besarme, ¿no?
–Sí –le dije muy segura de mí misma.
–¿Puedo? –preguntó apartándome el pelo y asentí.
Recuerdo que la forma en la que empezó a besarme el cuello me volvía loca. No podía mantener los ojos abiertos e inconscientemente tiraba la cabeza hacia detrás para que tuviese mejor acceso a él y no dejase de besarme. Ahora echo de menos sentir su sonrisa en mi cuello porque él siempre sonreía al notar lo mucho que me gustaban sus besos. Empezó besándome en la base del cuello y subió por la mandíbula hasta acercarse a mis labios pero se resistía y no se detenía a besarlos. Recuerdo que mis dedos se perdieron en cada centímetro de su espalda y, chicos, no pude, no aguanté mucho tiempo hasta que con una de mis manos agarré su mentón y acerqué sus labios a los míos. Antes de besarle me susurró: