Nadie en su sano juicio entendería lo mucho que llegaba a necesitarle. Cada mirada a escondidas era una caricia que deseaba darle y no podía, joder. Lo sentía tan lejos y a la vez tan cerca... Nadie sabía lo mucho que había llegado a llorar por sentir que no lo tenía aún teniéndole y, juré y perjuré no volver a llorar pero venía él y hundía mis planes con esa sonrisa que hacía que perdieras hasta la razón de tu mísera existencia.
¿Sabéis qué? Yo soñaba con él día tras día y es que, chicos, mi insomnio llevaba su nombre, apellidos y ese color café de ojos que me impedía conciliar el sueño. Y si os soy sincera, ha pasado mucho tiempo y todo sigue igual, supongo que la única diferencia es que ya no le tengo. En su momento fue duro pero yo sabía que tarde o temprano le acabaría perdiendo, sabía que nadie como él iba a desperdiciar su vida con alguien como yo. En ese momento pensaba que eso era demasiado bonito como para ser verdad y si lo era yo sabía que no iba a durar para siempre. Que, joder, estamos hablando de mi vida y en ella los "siempre" nunca me han durado más que un par de cigarrillos.
Creo que realmente no pedía mucho, yo solo quería tenerle a todas horas; a las seis de la mañana besándome para darme los buenos días, a las tres y media de la tarde agarrada de su mano por el parque o a las diez y treinta y siete de la noche haciendo el amor, en la cama o quizás en el sofá. No era mucho pedir y aún recuerdo que la gente no entendía por qué tenía tanto miedo a perderle y a mí sólo me hacía falta ponerme delante del espejo para darles mil y un motivos por los que Eric no debería estar conmigo y, inexplicablemente, él me había dicho que me quería. No podía quitarme esas dos palabras de la cabeza; que me quería, hostia. No sabéis lo bonito que es que te lo digan y que sea verdad y yo, como una tonta, en ese instante me lo creí sin saber ni ser capaz de darme cuenta que a la larga todo eso sería una puñetera mentira barata. Sólo era una estúpida niña creyendo que el príncipe azul del que tanto me había hablado mi madre, llegaría y ahora me arrepiento de pensar que él era el indicado cuando todo el mundo sabía y de sobras que era el equivocado. Lo sabían todos menos yo y darme cuenta de ello me dolió tanto, demasiado diría yo y hasta entonces nunca me había planteado el daño que podía producirme el amor o él, aún no sé bien qué me hizo más daño pero de algo estoy segura, solo espero no sentir este tipo de dolor nunca más.
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Le había dicho que le quería y no le había mentido, creo que esa era la única explicación lógica que encontraba al nerviosismo que me entraba cuando la veía, a ese sudor de manos, a esa sonrisa de subnormal que sólo una persona en toda mi vida había conseguido sacar, o esas ganas de besarle constantes o quizás tiene que ver con ese hormigueo que sentía al verla. ¿Será eso las mariposas de las que tanto habla la gente? ¿Esas cosquillas constantes que noto en la piel después de cada beso, o al morderme el labio para aguantar las ganas de perderme en cada centímetro de su ser? No eran normales esas ganas de besarla y hacerle saber al mundo que era mía; tan mía como yo suyo. Aún recuerdo, como un idiota, cuando me dijo eso, nunca había sentido la necesidad de pertenecer a alguien hasta que la conocí.
"–¿Qué haces que me besas tanto? –dije y me reí– Al final me vas a dejar marca.
–Eso es lo que quiero –dijo separándose de mi cuello– Que hay mucha zorra suelta –dijo rodeándome el cuello.
–¿Y?
–Que tienen que saber que eres mío.
–¿Tuyo? ¿Y si no quiero?
–Ah –rió e intentó levantarse pero no la dejé– Entonces no te importará que me bese con...
Le puse uno de mis dedos encima de sus labios y se calló.