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-¡Un hijo! -exclamo ____ Eden-.¿Me esta diciendo que necesito tener un hijo?

La doctora Freeman extendió sus elegantes manos sobre la gran mesa de caoba.

-¿No piensa tenerlos?

-Bueno, sí, quizás algún día, pero...

-Si no es al año que viene, es mejor que lo olvide.

Un enorme reloj biológico apareció ante ____. Había oído hablar de ese proverbial cronómetro, pero nunca había escuchado su tic-tac. Hasta ese momento. Sonaba tan fuerte como un trueno.

Miró la lluvia que se deslizaba por las ventanas del despacho de la doctora en el piso veintisiete, y la visión se desvaneció. Lo que había sonado era un trueno de verdad. ____ había visto espesos nubarrones sobre las Montañas Rocosas mientras una grúa se llevaba su coche. La lluvia había comenzado a caer cuando atravesaba en taxi el centro de la ciudad, y le había empapado las zapatillas deportivas y la falda al correr hacia el edificio, luchando contra los empleados que salían al final de la jornada. Afortunadamente, la doctora Freeman la había esperado.

-Su estado irá a peor, ____ -afirmó la doctora.

-¿No hay alguna pildora o algo? Pensaba que iba a recetarme algo para el dolor, no que iba a ponerme una bomba de relojería.

-Una buena descripción. Sí, le voy a recetar unas pildoras, pero no le garantizo nada. Un embarazo, en cambio, lo arreglaría todo. En casos como el suyo, reduciría mucho el tejido endometrial.

-Sí, bueno, para usted es muy fácil decir «tenga un hijo». Usted tiene marido y tres niños. Yo no estoy casada. Ni siquiera tengo novio.

-Puede recurrir a la inseminación artificial.

-Pero eso cuesta muchos miles de dólares. Y ya me imagino la reacción de mis hermanos si me quedo embarazada sin casarme. Tomarían el primer avión hacia Denver con las pistolas cargadas, solo para descubrir que el responsable es un tubo de ensayo -dejó escapar un débil suspiro-. ¿Qué puedo hacer?

-Sé que es una decisión muy difícil -dijo la doctora Freeman, con una sonrisa comprensiva.

-Y a mi amigo y socio, Harry Edwars Styles, le lego el resto de mis bienes, incluyendo la plena propiedad del rancho Rocking T y todos los beneficios de mis inversiones en el momento de mi muerte. Si Harry Styles no me sobrevive, lego...

Un trueno sofocó la voz del abogado. Sus palabras retumbaron en el cerebro de Harry Styles. Se había convertido en propietario del Rocking T. El abogado continuó, pero Harry dejó de escucharlo. Hasta ese momento, no se había dado cuenta de lo que significaba la muerte de Alan.

Miró hacia la ventana, buscando el Rocking T a través de la lluvia que caía sobre Denver a aquella hora punta de la tarde. Aunque el rancho estaba a casi doscientos kilómetros de aquel edificio de oficinas del centro de la ciudad, lo vio tan claramente como si sus praderas se extendieran justo debajo del piso treinta y tres.

El Rocking T lindaba con su propio rancho, el Bar Hanging Seven. Cinco generaciones de Townsend y Styles habían vivido en aquellos ranchos, hasta que Alan y Harry tuvieron que convertirse en directivos de empresa para salvar sus hogares.

Un aneurisma. ¿Qué forma de morir era esa? Alan estaba pasando uno de sus fines de semana salvajes con una chica, y había muerto de manera fulminante. Sin oportunidad de poner sus asuntos en orden, sin oportunidad de... ¿de qué? ¿De fundar una familia para que el Rocking T siguiera siendo de los Townsend? ¿Para que así su muerte le importara a alguien más? Solo Harry había llorado en su funeral.

«¿Quién me lloraría si yo muriera? ¿Qué pasaría con el Bar Hanging Seven?», pensó.

Alan y él habían estado tan ocupados ganando dinero, que habían olvidado por qué lo hacían. Se habían convertido en magnates, cuando, en realidad, solo habían querido ser vaqueros.

Boda AnticipadaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora