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La vida en la isla de Kyab era sencilla y tranquila, alejados de la civilización por el amplio mar, los habitantes se preocupaban sólo por lo más básico: tener pescado del día para comer, un lugar fresco y ventilado para vivir y que los dejarán en paz.

La isla no era muy grande pero tampoco era pequeña, contaba con una amplia bahía con aguas profundas pero tranquilas, una parte de selva ni muy grande ni muy pequeña y al fondo se alzaba un imponente risco rodeado de vegetación.

Los habitantes de Kyab eran personas amables, que vivían sus días con alegría, cantándole canciones sencillas al sol, arrojando coronas de flores al mar y encerrándose en sus casas por temor a la Luna. Porque como en toda población, Kyab tenía sus leyendas, la única diferencia es que aquí, dicha leyenda se podía palpar y no era necesario esperar mucho para ser testigo de ella.

Cuenta la leyenda que cada vez que miras por la ventana y la Luna no está en el cielo es porque ella camina entre nosotros, buscando entre las tranquilas calles a algún desafortunado que haya errado la hora de salir.

En esas oscuras noches la gente suele encerrarse en sus casas a cal y canto, los niños son obligados a acostarse temprano con una venda roja en los ojos, los hombres al abandonar su hogar deben caminar con la mirada fija en el suelo y las mujeres rezan detrás de las puertas esperando a que el sol se vuelva a asomar.

En esas noches ni el viento sopla, todo es tranquilo y silencioso, cargado de un aura estática y fría, es por eso que si las cortinas de alguna vivienda se mueven, los habitantes de esa casa saben que la Luna ha mostrado cierta curiosidad por su hogar, pero la leyenda también dice que la Luna sólo tiene influjo sobre ti si la miras directamente a los ojos, por eso, en esas noches, nadie levanta la vista del suelo. Y aquellos a los que la Luna visita por las noches pueden llegar a sobrevivir si vencen la desesperación de querer huir cuando el peligro los acecha afuera.

Rumores iban y venían, cada uno más disparatado que el anterior, a menudo, describían a la Luna como una mujer alta de piel pálida con los senos al aire y un caminar tranquilo, con los ojos avellanados y de un negro profundo como el cielo en esas noches que ella vagaba aquí, con el cabello oscuro ondeando a su alrededor, curvas suaves, piel tersa y de un blanco tan brillante que dañaba la vista. La Luna también poseía una voz cantarina que te incitaba a realizar toda clase de pecados.

Cada mes sin falta, durante una semana, la Luna bajaba a la tierra.

Y no era una Luna tímida, una Luna con la que te pudieras topar por casualidad, no. La Luna caminaba por todo el pueblo, recorriéndolo de inicio a fin, metiéndose entre sus rincones, hurgando entre las callejuelas, buscando a alguien a quien matar. Cuando su paseo terminaba y el nuevo día comenzaba a correr era posible seguir sus pasos pues todo aquello que tocaba terminaba muerto y de un brillante color plateado, árboles, animales y, si se tenía muy mala suerte, algún aldeano. Era como si en el transcurso de una noche todo aquello que estaba vivo terminaba siendo una estatua de plata.

La isla entera le temía y por años y años buscaron diversos métodos para complacer al celestial ser, durante un tiempo dejaron ofrendas en las puertas de sus hogares, rogando por clemencia de la Luna, pero ésto parecía enfurecerla más, por un mes completo la Luna vago por las tranquilas calles de la isla buscando una presa, y al abandonar su lugar en el cielo, los barcos no podían ubicarse para llegar al puerto.

Fue una temporada difícil, con la pérdida de los barcos se fue parte de las ganancias que tenían gracias al comercio, sin contar que al no presentarse la Luna en el cielo, las mareas no subían y los peces se quedaban al fondo del océano, las ofrendas ofrecidas al mar no podían ser reclamadas y el sol tampoco era de mucha ayuda. Desesperados y sin saber que hacer los habitantes de Kyab tomaron la desesperada decisión de sacrificar a un joven; se eligió entre los habitantes al más guapo, al más fuerte, al más sano y se le ató al centro de la plaza principal, pero fue inútil, al otro día encontraron al chico temblando de miedo, con los ojos de un plateado brillante, la Luna insaciable había rechazado al chico, pero lo había cegado para que nadie olvidará su rechazo ante tal insignificantes regalos.

Namjoon conoció a aquel muchacho, claro que ahora era un anciano de 72 años y nadie solía escucharlo más ¿para qué? no había nada nuevo que pudiera aportar, su historia había sido escuchada tantas veces a lo largo de las décadas que a éstas alturas lo jóvenes podían contarla mejor que él.

Generaciones iban y venían y todas y cada una de ellas contaban la leyenda de la Luna, las consecuencias de encontrarla de frente y el respeto que se debía tener hacia ella. Todos los habitantes de la isla lo sabían y lo sufrían, a lo largo de los años la gente moría por salir a enfrentar a la Luna. Los niños crecían sabiendo lo bondadoso que era el sol al brindar luz y calor a los habitantes de la isla. Lo apacible que era el mar con sus aguas templadas y tranquilas donde los niños podían nadar, las mujeres lavar y los hombres pescar, y lo desalmada y mortífera que era la Luna, con su oscuridad maldita y esa sed de sangre cada mes.

Sin embargo y pese a todo ello, lo cierto era que Namjoon nunca le había temido a la Luna, cada noche desde que tenía cinco años, abandonaba su cama y descalzo, recorría aquellas callejuelas llenas de tierra hasta llegar al risco, allí se acostaba y observaba al plateado astro por horas, no entendía cómo algo tan bello como aquella Luna blanca podría ser tan malo, no entendía cómo la gente tenía tanto miedo de verla que nunca volteaban la vista al cielo ni siquiera en las noches en que la Luna permanecía inmóvil sobre el negro manto.

Regresaba a casa con el alba, se metía bajo las cobijas con los miembros entumecidos por el frío y las plantas de los pies negras, se acostaba en su pequeña cama de paja e intentaba dormir por un par de horas, hasta que el sol se presentaba altivo en lo alto del cielo y era momento de comenzar el día.

Agotado y con sueño se sentaba en el viejo salón de clases a escuchar al profesor, a menudo se quedaba dormido y tenía que recorrer el pueblo por las tardes buscando alguien que le pasara los deberes.

Su madre estaba desesperada, no sabía qué hacer. Pues cada noche su hijo se escapaba, y en aquellas noches, aquellas en las que la Luna se hacía presente en el pueblo y que ella, en su desesperación, ataba a Namjoon a su cama con una serie de complejos nudos; las cortinas de su casa se movían tan furiosamente que, en más de una ocasión, creyó que le echaría la casa abajo.

Sin embargo Namjoon nunca mostraba signos de querer abandonar la casa en esas noches.

— ¿Cariño?— el pequeño Nam dejó de lado lo que estaba haciendo y corrió al lado de su madre— ¿sabes lo que pasa cada que la Luna baja?

— Camina sobre la tierra y se lleva a los hombres que están en la calle a esas horas. — recitó su hijo como si de un tema visto en clase se tratará.

— ¿Tú...— era difícil, como preguntarle aquello a su hijo, ¿acaso estaba preparada para la respuesta?— ¿tú alguna vez has pensado en salir en una de esas noches?

Namjoon agitó su cabeza y el cabello negro y rebelde se movió en todas direcciones.

— Mi cama pica y hace mucho calor, por eso salgo al risco, en las noches en las que la Luna está aquí hay mucho viento, así que mi cama está bien.

La señora Kim respiró con facilidad y beso la cabeza de su pequeño, rezando por dentro que nunca sintiera la curiosidad de salir en una noche de esas. Su hijo era lo único que tenía en el mundo y si la Luna se lo llevaba, ella se quedaría completamente sola.


*


Las cosas continuaron de la misma forma por unos cuantos años, pero eventualmente el día llegó. Namjoon había pasado toda la tarde tonteando con sus amigos y de un lado para otro hasta que el día dio paso al atardecer. Namjoon corrío al risco y se sentó en el tronco del único árbol que había allí. Le gustaba contemplar el mar, ver la forma en la que éste se comía al sol, sentir la briza en el rostro; a menudo, Nam sentía más calor en el cuerpo que el resto de los aldeanos, pero le tenía un miedo profundo al mar, así que mientras en las tardes de verano la mayoría de los chicos nadaban en las refrescantes aguas marinas, él se dedicaba a observarlo todo desde el risco.

Ese risco se había convertido en su lugar seguro, todo el mundo sabía que ese era su sitio y nadie solía molestarlo, con el paso del tiempo Namjoon se fue adueñando cada día más del lugar, entre las raíces del tronco solía esconder una manta y en las noches más calurosas ya no se molestaba en volver a casa, buscaba un sitio cómodo entre la maleza y se cubría con ella, con los ojos siempre fijos en el oscuro cielo y en la deslumbrante Luna.

Todo cambió cuando tenía 13...

🌕 Moon 🌙 [Namjin]Donde viven las historias. Descúbrelo ahora