A la mañana siguiente, Andrea se despierta con una extraña sensación en el estómago. Una sensación que ya conocía, pues la había experimentado con anterioridad, y que interpretaba como augurio de que algo importante iba a ocurrir.
A pesar de que no consigue identificar con claridad esa sensación, intenta armarse de optimismo para convencerse de que, a partir de ese día, todo iba a ir a mejor.
Sin embargo, cuando baja a la calle para irse al trabajo, comprueba que tal vez las cosas no iban a cambiar tan favorablemente como esperaba.
Cuando se mete al coche y lo arranca, un chico en una moto se para a su lado y, con tono despectivo le dice:
—Tienes la rueda en el suelo, ¿dónde vas?
—¿Y dónde quieres que la tenga, en la guantera? —contesta ella con el mismo tono chulesco.
—¡Que la tienes pinchada! —dice el chico antes de acelerar su moto y salir a toda velocidad.
Se baja del coche y comprueba que, efectivamente, tiene una rueda pinchada. Abre el maletero y saca una herramienta metálica que supone debe ser para desenroscar los tornillos que sujetan la rueda al coche. Pero, tras infructuosos intentos, no ha conseguido mover ni un milímetro ninguno de los tornillos, y se ha llenado las manos de grasa.
Como ve que se le está haciendo tarde, decide coger un taxi para ir al trabajo y buscar una solución a su rueda pinchada más tarde.
Justo antes de subirse al taxi, escucha que alguien la llama por su nombre y apellido. Se gira, con gesto de sorpresa y encuentra a su sonriente casero a su espalda:
—Buenos días, Andrea, justamente venía a dejarle esta nota en el buzón.
—Buenos días, señor Norberto. ¿Una nota? ¿De qué se trata? —pregunta Andrea desdoblando el papel.
—Lo siento mucho. Ha sido usted la mejor inquilina que he tenido, pero...
—¿Qué? ¿Me va a echar?
—No la hecho, querida. Me veo en la obligación de pedirle que se marche del piso, como le explico en la nota. Mi hijo regresa de los Estados Unidos esta semana y necesita instalarse aquí. Las cosas no le han ido tan bien como esperaba, sabe, le acaban de echar del trabajo y allí la vida es muy cara. No ganaba mucho dinero y no ha podido ahorrar lo suficiente para mantenerse por sus propios medios y...
—¿Esta semana? ¡Pero si hoy es viernes!
—Lo sé, lo sé... Y no hace falta que se marche hoy. Puede irse el lunes y así hace la mudanza este fin de semana.
—Pero, no tengo adonde ir... ¡Me deja usted en la calle!
—¡Ay, cuánto lo siento, Andrea! —dice el hombre, aparentemente preocupado—: Pero, no se preocupe, mi hijo es un chico joven, muy apuesto y está soltero. Seguro que no le importa compartir piso hasta que usted encuentre otro lugar. Y, quién sabe, igual hacen buena pareja y quiere quedarse a vivir con él...
—Este piso solo tiene una habitación.
—Bueno, ustedes los jóvenes tienen otra mentalidad. Ahora eso es normal, ¿no? Casi todos viven juntos sin casarse, ni nada...
—Señor Norberto, no puedo quedarme a vivir con su hijo, ¡ni siquiera le conozco!
—Es un chico muy apuesto. Y muy trabajador, seguro que encuentra otro empleo muy pronto y...
—Se lo agradezco, señor Norberto, pero tengo que irme a trabajar. Hablamos luego, ¿vale?
—Entonces, ¿le digo que te quedas unos días con él? El lunes se instala.
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Seducción anónima
ChickLitAndrea recibe un mensaje de un desconocido, cargado de sensualidad. Su intención; hacerle sentir la pasión a través de sus palabras. Pero, lo que parece un simple y erótico juego al principio, va volviéndose cada vez más excitante, adictivo y emoci...