Cap. 35 Letras de amor

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Andrea regresa al hotel y pide la llave de su habitación, pero el recepcionista le dice que tendrá que esperar un poco, ya que todavía la están arreglando. Así que decide dar un paseo por los jardines mientras espera.

Al momento de cruzar la puerta del hotel, Carlos aparca su coche y entra a recepción para recoger su agenda.

—Están ahora mismo limpiando la habitación— le informa el recepcionista—: Puedo avisarles de que la bajen ahora mismo.

—No se preocupe —le dice Carlos—: Daré un paseo mientras terminan.

Y Carlos sale al exterior para recorrer los jardines que había visto desde su ventana y no había tenido tiempo de visitar durante su estancia. 

Comienza a caminar entre los setos, respirando el aire puro, disfrutando del silencio y la calma que le acompañan. Es un lugar encantador, que le recuerda a los jardines de un palacio que visitó en Segovia hacía unos años, y que según recordaba, habían sido diseñados a imitación de los jardines de Versalles.  Por un momento se siente como un noble inglés del siglo XIX recorriendo los extensos terrenos de su mansión. 

El jardín está completamente desierto y esa soledad le permite pensar con claridad. Hace un repaso de los últimos acontecimientos vividos, intentando verlos desde otra perspectiva, en concreto, desde la de Andrea. Se pone en su lugar, para entender cómo se habría sentido él. Qué habría pensado al descubrir que ella le hubiera estado enviando todos esos mensajes, ocultándole su identidad. Cómo se habría sentido al descubrirlo y de la forma en la que ella lo había hecho. Piensa que se habría sentido confundido, quizás también traicionado. Luego sigue analizando todo lo ocurrido con posterioridad. Si le hubiera respondido otro hombre al teléfono, después de haber estado todo el día incomunicada. Si hubiera llegado al hotel para darle una sorpresa y se hubiera encontrado con un hombre a punto de entrar a su habitación, cargado con una botella de champán y dos copas. 

Con solo imaginarlo se le revuelve el estómago. Toma aire profundamente y lo suelta con fuerza, mientras se dice a sí mismo que ha sido un completo estúpido. Se dice a sí mismo que tendría que haber sido más comprensivo y menos orgulloso. No haberse dejado llevar por los celos y por su inseguridad. Ella tenía muchos más motivos que él para estar celosa, para sentirse insegura, para dudar de todo, y sin embargo había sido él quien había dudado de Andrea, de lo que sentía por él, de lo que la unía a Pol.

—No entiendo como todavía te dirige la palabra— murmura en voz baja.

Solo puede pensar en volver a verla. Le encantaría saber dónde se ha metido, ir a buscarla y decirle lo imbécil que ha sido, cuánto la quiere, cuánto miedo tiene a perderla y todo lo que está dispuesto a hacer para que confíe en él. 

Intenta imaginar dónde ha podido ir, qué lugar habrá elegido para su retiro. En su cabeza solo está su rostro, su sonrisa, su cuerpo. Y con tanta devoción la está imaginando que, por un momento, cree verla paseando por esos mismos jardines. Y le da un vuelco el corazón. Incluso hace el amago de salir corriendo, pero se frena en seco.

Pero sí es ella. Andrea está paseando por esos mismos jardines. De hecho, está a unos metros de Carlos, rodeando ahora mismo la glorieta que hay en el centro y donde desembocan varios caminos de ese gran parque. 

Aprovecha la soledad del lugar para analizar todo lo ocurrido en los últimos días. Otra persona le animaría a desconfiar de Carlos. Si había sido capaz de mantener el engaño sobre su identidad, hasta que ella lo descubrió de aquella forma, ¿por qué no podría seguir mintiéndole? ¿Por qué no podía ser que todo lo que había vivido con Carlos era un fraude? ¿Y si incluso toda la historia del primer amor que él le había confesado, también era una farsa, una fantasía que él se había inventado?

Seducción anónimaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora