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Tras una noche apacible, Adrien se removía al ser sorprendido por la luz del sol que se filtraba a través de la ventana de la habitación del hotel. Giró en el colchón, palpando con la mano las sábanas por tal de así hallar aquella cálida silueta que tanto lo alentaba.

—¿Gatita…? —Se incorporó levemente, frotándose los ojos.

No se oía ningún ruido. No recibió ninguna respuesta. Solo un silencio sepulcral abundando en esas cuatro lujosas paredes que lo rodeaban. Así fue que, sin demorarse demasiado, él se puso de pie y recorrió algo adormilado los distintos rincones de la suite.

—¿Marinette? —Buscó en el aseo, luego yendo hacia la sala contigua a la habitación con un talante más alarmado —¡¿Marinette?!

Nada. Ni el más mínimo rastro de la chica. Regresó como alma que lleva el diablo al cuarto principal, tratando encontrar sus prendas o alguna pista que lo ayudara a dar con la azabache, pero la verdad era que, cuanto más se esmeraba en encontrar una evidencia, peor resultaba.

Comenzó a vestirse con apremio, localizando su móvil en la mesita de noche y encendiendo la pantalla para ver si había recibido algún mensaje; solo consiguiendo frustrarse más al fijarse que no tenía la más mínima notificación.

«Joder, Gatita ¿Dónde estás…?»

No quería alarmarse sin descartar antes todas las opciones, por lo que después de enfundarse su vestimenta, se apresuró en abandonar la habitación del hotel. Bajando a recepción para devolver la tarjeta magnética a la sonriente recepcionista que aguardaba detrás del mostrador.

—Buenos días, señor. —Saludó la mujer rubia de ojos marrones —¿Ya se marcha?

—Eh… Sí, yo ya me voy. —Resopló, pasándose los dedos por la cabellera —Disculpe, pero… ¿Por casualidad no habrá visto marcharse a una chica de pelo oscuro, preciosos ojos azules y rasgos franco-orientales?

—Mm… No, lo lamento. 

Adrien inspiró profundo, tratando camuflar la frustración e impotencia que le embargaban.

—No se preocupe. —Simuló una sonrisa —En fin, gracias.

—A usted. —Hizo una corta reverencia —Que tenga un buen día.

Sin andarse con rodeos, el muchacho se dirigió hacia la salida y tomó un taxi en dirección a su apartamento. Si Marinette se había ido, lo más seguro es que hubiera regresado a su piso para cambiarse antes de ir a clases.

Su corazón latía frenético bajo su pecho. Tanto por el miedo como por la esperanza que albergaba, apenas prestando atención al paisaje que se apreciaba a través de la ventana del vehículo.

«Todo estaba bien. ¿Por qué se habrá marchado…?»

Las dudas se amontonaban en su mente, lo mismo que sus temores por si algo podía haberle ocurrido. Tenía que serenarse, así no conseguiría más que perder los estribos y hacerse mala sangre.

En el preciso instante en que el coche se detuvo, Adrien pagó al conductor y salió hacia la calle para correr hasta el ascensor de su edificio. Subiendo hasta su planta con los nervios a flor de piel.

En cuanto las puertas se abrieron, el rubio se precipitó hasta el timbre de su vecina, pulsándolo insistentemente además de golpear la puerta.

—¿Mari? —Suspiró, insistiendo en su llamado —Por favor, si estás ahí, ábreme… —Nadie contestó desde el interior, haciendo que la congoja y la ansiedad en él se intensificaran —Por favor, Gatita…

Su voz se quebró al suplicar, sin lograr escuchar esa anhelada respuesta de Marinette que entonces sería como la solución a sus más devotas plegarias.

ODIO AMARTE |+18 collab. ft Marichat8989Donde viven las historias. Descúbrelo ahora