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A ____, le encantaban las exploraciones. Últimamente se había pasado demasiadas horas en su despacho con el ordenador, trabajando en su tesis doctoral. Así que estaba encantada de tener una excusa, para emprender aquella aventura y entrar en la vieja mina, abandonada.

Era una científica muy cualificada; ocupaba el cargo de gemóloga jefe, de las tiendas de joyería de su familia; tenía un máster en Geología y pronto conseguiría, el doctorado. Para ella, la idea de descubrir una gema que rivalizaba con el diamante azul Esperanza, era mucho más fascinante, que salvar el negocio familiar.

Era uno de esos descubrimientos con el que soñaría hacer cualquier persona, que amase verdaderamente una profesión como la suya.

Pocos científicos llegaban a cumplir un sueño, así. Y ella, quería conseguirlo.

El corazón le retumbó con fuerza en el pecho cuando, tras cerciorarse de que su adorable cowboy se había marchado, llegó a la boca de la mina.

Dejó en el suelo la enorme mochila, que había llevado a la espalda, sacó un casco con luz láser, lo conectó y lo dejó sobre una roca para iluminar la sombría cornisa que custodiaba, la entrada de la mina. Llevaba puestas sus gruesas botas de montaña. Sacó luego un viejo mono de trabajo, una pequeña lamparilla que se acopló alrededor del cuello con un cordel y otra de repuesto, que metió en la pequeña bolsa que llevaba consigo. Sacó también de la mochila una cuerda, de unos cuantos metros, unas pilas de repuesto, unas barritas de chocolate, una bolsa de frutos secos, una libreta y una cámara.

Llevaba el pelo recogido en una larga trenza. La metió por detrás del cuello del mono, que ya se había puesto. Luego se puso el casco y comprobó que su luz láser, funcionaba correctamente.

Estaba todo listo. Inspiró profundamente, expulsó el aire muy despacio y se adentró en la oscura y silenciosa boca, de la vieja mina.

No se podía creer, que hubiese entrado ella sola en la mina.

Se había quedado atrás, esperando al acecho, y así la había visto llegar, adentrándose en su rancho por la colina, que lindaba con el parque nacional. Llevaba el sombrero ligeramente inclinado, hacia abajo y no había podido verle, la cara.

Parecía una profesional. Había iluminado, los rincones más oscuros de la bocamina; se había puesto la ropa adecuada para entrar; había supervisado que todo el equipo estuviera en orden y luego la había visto desaparecer, dentro.

Había apostado a que habría alguien más con ella, que no entraría sola. Por eso había preferido quedarse allí esperando, para poder atrapar también, a su compañero.

Había estado allí el año anterior, cuando un grupo de arqueólogos había ido a explorar la mina, para sacar unas fotografías y poder documentar los antiguos dibujos y grabados de los petroglifos, existentes en sus paredes. Había entrado con ellos unos cuantas veces, para ver el motivo de todo aquel extraño y repentino interés por la mina.

Ninguno de aquellos arqueólogos se había atrevido a entrar solo, en aquella mina.

Y, sin embargo, allí estaba ella.

-¡Estúpida mujer! -masculló Harry-. No, tú no, Murphy -dijo a su caballo, dándole unas palmaditas, al ver la forma en que le miraba el animal.

Se subió entonces a la grupa y se dirigió a la mina, pensando que podría hacerla arrestar, por entrar sin autorización en propiedad ajena. Tal vez sirviera de ejemplo, para que los intrusos que merodeaban por allí, se lo pensasen dos veces antes de intentar lo que ella había hecho.

Tenía que poner fin a esa insensatez, antes de que alguien saliera herido.

Al llegar a la cornisa, ató a Murphy a un pequeño árbol y buscó en sus alforjas una linterna, que le permitiera ver al menos un par de metros delante de él. Se quitó el sombrero, movió a ambos lados la cabeza y maldijo una vez más a los diamantes perdidos, a las disputas familiares, a los cazadores de tesoros y a las mujeres.

Diamante de AmorDonde viven las historias. Descúbrelo ahora