Harry trató de no demostrar demasiado entusiasmo ante la perspectiva, más que probable, de pasar toda la noche allí con ella. No quería asustarla. Una mujer atrapada en un sitio como aquél, con un hombre desconocido, tendría que tener sin duda, un poco de miedo.
Así que se apartó de ella unos pasos, hasta que la lluvia impulsada por la fuerza del viento, le dio en la espalda. Luego se echó discretamente, a un lado.
Un hombre como él, que se pasaba la vida trabajando la tierra, a menudo muy lejos de la casa del rancho, se veía allí atrapado por los elementos. ¡Qué se le iba a hacer! A veces ocurrían, esas cosas.
Y si ella había hecho algunos trabajos de campo como geóloga, probablemente también le habría pillado más de una vez, una tormenta.
Tampoco era nada, del otro mundo.
Estaban a refugio de la lluvia y podían aguantar perfectamente allí, la tormenta, al menos, hasta la mañana siguiente.
Desistió, de tratar de verla mejor. En medio de aquella oscuridad y de aquella bruma gris, era una tarea poco menos que imposible. Así que decidió conformarse, con la impresión que se había formado de ella. Serena, práctica y... algunas cosas más.
-Parece como si estuviese preocupada, por algo -le dijo él.
-No, sólo estaba pensando que... me alegro de que estemos a resguardo de la lluvia -respondió ella.
-Sí -asintió él, con la cabeza-. ¿Y?
-Y que... he pasado por situaciones, peores que ésta.
-Yo también -replicó él, aunque no era verdad.
-Mi Jeep está en la cresta de la colina, a menos de dos kilómetros, justo lindando con el parque. No sé si...
Los relámpagos, acompañados de estruendos atronadores, parecían quebrar el cielo.
A él le pareció, que ella se estremecía. ¿Estaría asustada de los rayos? ¿Aunque sólo fuera un poco?
-Parece que no le gustan demasiado, las tormentas -dijo él, sonriendo.
-Bueno -respondió ella, conocedora del daño que podía causar un rayo-. Sólo pensaba que... el Jeep no está tan lejos.
-Al margen de los rayos, con un aguacero como éste, el suelo estará hecho un barrizal intransitable.
-Me lo temía -dijo ella, resignada.
Era típico de Texas. El suelo arcilloso se convertía en una especie de arenas movedizas, cuando se empapaba de agua.
-Oiga, ¿y qué le pasó a su caballo? -le preguntó ella.
-Se escapó. Tampoco le gustan los relámpagos. Lo dejé atado a unos arbustos. Le bastaría un simple movimiento del cuello, para arrancarlos.
-Ya... Y ¿qué haremos mañana? Supongo que ya habrá amainado, la tormenta y podremos llegar entonces, al Jeep, ¿no?
-Probablemente, aunque tampoco será nada fácil ir por este terreno, con un vehículo de tracción hasta unas horas después, de pasada la tormenta. Porque supongo que lo tendrá, fuera de la carretera, ¿verdad?
-A unos tres kilómetros.
-No se preocupe. Si no podemos llegar a su coche, hay una vieja cabaña de caza a poco más de un kilómetro de aquí, levantada en un terreno más duro. Iremos con las primeras luces, en cuanto cesen los rayos. Los peones del rancho estarán rondando por allí y nos encontrarán, en seguida.
-Y este sitio donde estamos, ¿no se inundará?
-No lo creo, al menos por esta noche. Aunque si continuara lloviendo así, mañana durante todo el día, quizá podría anegarse a última hora. Pero no se preocupe. He vivido en este rancho, durante veinte años y me lo conozco, palmo a palmo. La mantendré a salvo, Red.
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