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Hacía apenas una hora que el Sol había salido por el horizonte. Eran las siete de la mañana en la ciudad de Tokio. En el templo Higurashi, un mediodemonio despertó por culpa de los rayos que se filtraban por una ventana sin la persiana bajada.

Inuyasha no necesitó más de un segundo para recordar por qué estaba en una cama, y por qué tenía a Kagome desnuda y abrazada a él, tapados sólo con las sábanas blancas. Sonrió de felicidad. Él estaba estirado mirando al techo. La zafira estaba arrapada al lado derecho de su cuerpo, con un brazo cruzándole los marcados abdominales, acurrucada en su pecho descubierto y con la cabeza en el hueco de su cuello. Estaba profundamente dormida y respiraba de manera tranquila y silenciosa. Él la tenía rodeada con los brazos: una mano en la cintura femenina y la otra acariciando el antebrazo que tenía cruzado sobre sus músculos. Totalmente relajado y sin dejar de sonreír, el híbrido giró un poco la cabeza, hundiendo la nariz en el espeso flequillo de la chica, para aspirar profundamente aquel dulce aroma que le volvía loco y depositarle un tierno beso en la frente.

Kagome sonrió en sueños, abrazándole con más fuerza, pero no despertó. Inuyasha levantó la mano que reposaba en la cintura de la joven para dirigirla al pelo negro y acariciarlo con suavidad.

El senhal de Kagome tenía ahora un color azul intenso (felicidad), a pesar de estar dormida. Imágenes de lo sucedido la última noche se reproducían por la mente del mediodemonio, consiguiendo que se sonrojara. Cerró los ojos para concentrarse en aquella felicidad que le embriagaba. Se sentía sometido a una sensación de paz y tranquilidad que nunca antes había experimentado. Por primera vez, se sintió como en casa, por el simple hecho de saber que Kagome era ahora suya.

Volvió a ocultar el rostro en el flequillo de la chica, sin abrir los ojos. Estuvo así más de media hora. Simplemente, sintiendo el aroma que emanaba de aquella mujer a la que tanto amaba y oyendo su respiración calmada. De vez en cuando, movía los dedos para acariciar partes de su cuerpo: el pelo, la cintura, el brazo, sus hombros descubiertos…

Hasta que, al fin, los párpados de Kagome temblaron y se abrieron poco a poco. Al despertar, tomó conciencia instantáneamente de que ya no era virgen. No sólo estaba desnuda y abrazada al pecho descubierto de Inuyasha, sino que además tenía una sensación un poco adolorida pero a la vez agradable entre sus piernas. A parte de eso, las imágenes de lo ocurrido la noche anterior no tardaron en bombardearle la memoria, profundizando aún más su enrojecimiento.

- Buenos días- le susurró el mediodemonio sin abrir los ojos. Aún tenía el rostro enterrado en el pelo de su frente.

- Buenos días- respondió la chica con una sonrisa de felicidad. Ella también cerró los ojos y se acurrucó más en su pecho- como has sabido que me he despertado?

- Porque he notado una subida de temperatura en tu cara, lo cual indica que te has sonrojado- mientras decía eso, deslizó la mano que tenía en el pelo de Kagome hasta las piernas femeninas, tapadas con las sábanas sólo hasta medio muslo.

Ella se rió, permitiendo que se las acariciara. Estuvieron unos minutos en silencio, sin cambiar de posición. La única actividad que había eran los dedos de Inuyasha deslizándose de la rodilla hasta la cadera de Kagome, una vez tras otra. Hasta que se decidió a preguntarle:

- Te duele algo?

La chica besó la clavícula del híbrido, que era lo que tenía más cerca de sus labios, y dijo:

- Por qué tendría que dolerme nada?

- No, por nada… Por saberlo. Lo digo porque a lo mejor me dejé llevar por mis instintos y usé demasiada fuerza.

Algo Más Que Una SacerdotisaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora