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Inuyasha no podía apartar la mirada de la tienda. Después de la batalla, todos habían vuelto corriendo al campamento para depositar a Kagome en su saco. Thandra había insistido en dejarla sola, para asegurar que la metamorfosis se realizaría sin obstáculos. Todos estaban fuera. Kagome llevaba ya una semana inconsciente, sola dentro de la tienda, sin comer ni beber, únicamente… transformándose. Aunque él no podía estar a su lado para asegurarse de que todo iba bien. A pesar de que podía ser que hubiera muerto…

Sacudió la cabeza para borrar esa última idea de su mente. Sólo le reconfortaba saber que Kagome no sufría, porque para empezar, ni siquiera estaba consciente.

Hacía esfuerzos para no recordar lo que había pasado cuando ella pidió el deseo a la Joya: al cabo de pocos segundos de hacerlo, gritó de dolor y se desmayó. Su cuerpo había empezado a convulsionar brutalmente y su piel había perdido todo su color. Sus ojos habían permanecido abiertos, de modo que se podía ver cómo sus pupilas desaparecían, dejando sólo los iris de color chocolate, que se volvieron grises como el cristal ahumado.

De repente, un nuevo olor le vino al olfato, haciéndole volver a la realidad. Olía a… mediodemonio. Y no era su propio olor. Provenía de la tienda! Se incorporó de golpe y corrió hacia el lugar. Nadie se lo impidió, porque sabían que nada hubiera podido detenerle en ese momento. Entró en la tienda, empujando con brusquedad la tela que hacía de puerta y… la vio. Su Kagome respiraba, profundamente dormida… y más hermosa que nunca.

- Kagome? Puedes oírme?

Inuyasha? Nada más oír el susurro de su amado y su mano estrechando la suya con delicadeza, despertó. Le costó recordar el por qué de su situación. Además, tenía hambre… mucha hambre! Por no hablar de la sed! Cuándo hacía que estaba dormida? Abrió los ojos y giró la cabeza. Tal y como esperaba, se encontró con el rostro de Inuyasha, que la miraba con una sonrisa tierna.

- Estás preciosa, Kagome.

- Inuyasha…

Kagome iba a besarle, pero al final se decidió por no hacerlo. Después de tanto tiempo sin beber agua, no quería ni pensar en el aliento que tendría. Se llevó una mano a los labios para palpárselos, y así poder saber cómo de secos estaban, pero al notar un roce afilado sobre éstos, se detuvo. Rápidamente, levantó la mano y se la miró: unas firmes garras ocupaban el sitio de sus antiguas uñas.

- Oh!- fue lo único que pudo decir.

Al abrir la boca para pronunciar ese sonido, había notado otro roce. Se metió la mano en la boca para palpar un nuevo, afilado y grande colmillo que había aparecido en lugar del anterior. Por su forma, podía decir que era igual que el de Inuyasha. Se tocó el otro lado de la boca, descubriendo otro colmillo exactamente igual. Se incorporó de golpe y miró a su chico, asombrada.

Su cara de sorpresa hizo reír al mediodemonio, que se carcajeó mientras decía:

- Eso no es nada, zafira.

- Veo que le has cogido el gusto al apodo- dijo ella, riéndose también.

- Pues sí, pero este no es el tema. Hay más. Tócate la cabeza.

La chica obedeció. Puso una mano sobre su pelo y lo primero que encontró, fue una delicada oreja canina. Maravillada, se tocó también la otra. Eran igual de suaves que las de Inuyasha. Sin poder resistirse más, se lanzó encima de él, haciendo que cayeran los dos sobre el suelo de la tienda y lo besó. Lo besó con pasión y hambre, como si hubiera estado consciente toda la semana para echarle de menos. Éste correspondió, acariciándole el pelo y rodeándole la cintura con otra.

Algo Más Que Una SacerdotisaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora