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El ejército partió esa misma mañana. Sería un largo viaje: un trayecto de dos meses y medio de camino a pie les esperaba para llegar al castillo de Naraku, según el olfato del mediodemonio. La masa abundante de personas sólo se detenía por el mediodía y por la noche.

Todos colaboraban en la salud de todos: los zafiros proporcionaban agua a quien la necesitaban; los rubinos mantenían el calor por las noches con su fuego; los esmeraldas allanaban el terreno para hacer más fácil el caminar y los ametistas usaban sus ráfagas de viento fresco para disminuir el cansancio.

En una de las noches de la segunda semana, Miroku y Nincada pensaron en salir un poco de esa aburrida rutina. Convocaron a todos los hombres a un llano y arrastraron a un resignado Inuyasha con ellos. Los rubinos encendieron una gran fogata y los esmeraldas se las apañaron para conseguir hierbas que, mezcladas con agua, conseguían tener el mismo efecto que el alcohol.

Una hora después, todos los hombres, borrachos como cubas, estaban pasándoselo bomba. Sólo Inuyasha conservaba la razón, aunque no le duró mucho. Nincada le vaciló, consiguiendo que el orgulloso híbrido aceptara un reto para una competición de beber. Por turnos, el zafiro y el mediodemonio se iban tomando pequeñas dosis de infusiones, que cada vez les colocaban más. Y el público, formado por el resto de hechiceros de sexo masculino, aplaudía y les animaba a continuar, guiados por Miroku, que era el que más borracho estaba.

Cuando Nincada cayó rendido al suelo, todos gritaron y aclamaron a Inuyasha, el evidente vencedor. El chico no era humano, pero igualmente estaba tan colocado que incluso se tambaleaba al caminar. No era consciente de nada de lo que hacía y se reía por cualquier cosa.

Sin saber por qué, se separó de la multitud (que ahora se estaba dedicando a bailar una especie de baile prehistórico alrededor de la fogata debido a la borrachera que les impedía actuar como "personas"). Inuyasha se adentró en el bosque, sujetándose en los árboles para no caerse. Se rasgó la mano con una zarza y, al ver el corte, se puso a reír como un loco. Saltó para subirse a una rama, pero como veía doble, falló y se cayó al suelo, provocando más rasguños, que hicieron que se riera aun más.

De repente, una voz femenina conocida se oyó entre el follaje:

- Inuyasha! Te he visto caer! Estás bien?- Kikyo se dejó ver, saliendo de entre los arbustos y acercándose a él, con expresión alarmada.

Le ayudó a incorporarse hasta quedarse los dos sentados en el suelo. Ella le examinó el rostro y, al cabo de pocos segundos, dijo:

- Estás borracho!

- No… toi… boacho…- contestó el chico, mirándola fijamente a los ojos.

- Claro que sí! Cómo has acabado así? Qué te ha pas…?

La sacerdotisa dejó de hablar para abandonarse a la mano de Inuyasha, que le acariciaba la cara con dulzura. Cerró los ojos con un suspiro, y cuando volvió a abrirlos, se encontró con un par de ojos dorados que la miraban a muy pocos centímetros de su rostro: se le había acercado.

- Inu… yasha- susurró la mujer. Ella también alargó la mano para acariciarle la cara.

De repente, el híbrido se precipitó sobre sus labios, besándola con pasión, con hambre. Le rodeó la cintura firmemente con un brazo y con el otro le sostuvo la cabeza para impedir que se apartara de él. Sorprendida al principio, Kikyo se dejó llevar, correspondiendo al beso.

Algo Más Que Una SacerdotisaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora