Abigail hizo las maletas.
Las vacaciones de verano habían llegado y ella las pasaría con su tía Olivia, en su enorme casa de campo.
La tía Olivia era viuda. Sus hijos se habían casado, por lo que estarían solas, pero eso no representaba un problema para Abigail, pues el cuarto que le asignaría tendría todas las comodidades, así que estaba muy feliz de marcharse y llegar a la residencia de la anciana.
Su tía Olivia la recibió, colmándola de atenciones, y en el proceso, le asignó su propia habitación.
Abigail tendría a disposición toda la casa, pero Olivia le recomendó que a las veintidós horas debía irse a dormir y no salir de su habitación después de que ella le echara agua bendita.
Aquella restricción le pareció algo paranoica y susperticiosa, pero no preguntó, ni se quejó. ¿Quién querría salir de una habitación que lo tenía todo? Bueno, todo menos una nevera.
Los días pasaron y Abigail se iba acoplando, cada vez más, a la vida de campo.
Una noche, se olvidó de subir a su habitación el cooler con el agua que bebería, por lo que optó por bajar a la cocina.
Atravesó el largo pasillo que la conducía a las escaleras, desde donde podía escucharse el programa televisivo que su tía estaba observando.
Como Olivia tenía la puerta de la habitación entreabierta, Abigail no solo pudo ver las luces que el aparato emitía, sino también los pies de su tía.
Sonriendo, bajó las escaleras.
Prendió algunas luces para iluminar mejor el camino, pero una vez en la cocina sintió una oscura presencia.
Todo el lugar estaba iluminado, así que oteó toda la habitación. Sonrió, sacudiendo el rostro, cundo por el rabillo del ojo puedo ver un celaje.
Intrigada, salió de la cocina e inspeccionó la sala y el comedor, pero allí no había nadie.
Convencida de que aquello había sido fruto de su imaginación, continuó su labor. Llenó el cooler con agua y salió de la cocina, apagando la luz.
Dos pasos le bastaron para sentir un helado viento rozar su espalda. Se estremeció.
No se atrevió a mirar atrás, solo quiso correr, y sin pensarlo mucho emprendió la carrera hacia su habitación, teniendo la impresión de que cada vez que apagaba una luz, aquella oscura presencia se incrementaba.
Sin pensarlo, comenzó a subir las escaleras de dos en dos hasta el piso superior, donde respiró profundo.
Pasó por el cuarto de su tía y se atrevió a asomarse. Esta dormía profundamente. Suspirando, Abigail salió de la habitación, cerrando la puerta tras de sí.
El pasillo se quedó a oscuras, entonces lo escuchó: el sonido de unas chancletas que subían las escaleras.
La piel se le erizó y echó a correr a su habitación, sintiendo las pisadas tras ellas.
Una vez que estuvo en el cuarto se encerró, se sentó en la cama y empezó a balbucear un Padrenuestro... Las pisadas la habían seguido hasta la puerta.
Abigail estaba seguro de que aquel espectro entraría, pero eso no ocurrió.
Al día siguiente, amaneció desvelada, apenas pudo dormir.
Abigail no dijo nada... Tampoco volvería a bajar a la cocina.
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Un cuarto para las doce
ParanormalA un cuarto para las doce (11:45pm) debes irte a dormir, pues la oscuridad se despierta y se apodera de la Tierra.