Desde la ventana

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Daniel llegó a casa. Agotado por la larga faena de trabajo, se dedicó a acariciar a Mila, su cachorro, que lo recibió con su habitual a alegría, porque además de celebrar el fin de su ausencia, Daniel siempre lo llevaba al parque.

Ese día Mila tenía cita con el veterinario. Su hermana Fabiola había quedado en llevarlo con el doctor, dado a que él no llegaría a tiempo. Así que luego de acariciar y besar a su perrito, tomó la llave que le llevaría adentro de la casa, mientras le decía:

—Déjame preguntarle a tu tía si te llevó al veterinario, ¿sí? —Sonrió—. Si no te ha llevado, entonces te sacaré. —Le acarició la oreja al perro.

Lo menos que Daniel deseaba era que Mila tuviera el doble de ejercicio en ese día, no quería exigirle más al cachorro.

Una vez en la cocina, sacó la vianda, colocándola en el fregadero. Mila se echó a sus pies, esperaría a que su dueño lo sacara de paseo, pero justo Daniel tomó la esponja de fregar, alguien tocó a su puerta.

Mila se adelantó, saliendo con su amo detrás. Un joven lo esperaba detrás de las rejas que cercaban su hogar.

—¡Hola! Disculpa la molestia —dijo el recién llegado—. Soy nuevo en la zona, y ando preguntado a los vecinos si conocen algún casa que esté en alquiler.

—Mira, mi pana, por aquí, en esta calle no, pero si sigues subiendo de seguro encuentras —respondió Daniel—. ¿Cuántos son?

—Somos tres. Mi esposa, mi cuñado y yo. ¿Son muy caros los alquileres? —indagó el recién llegado.

—Bueno, es fuerte para una persona, pero si son dos o más lo que trabajan, pueden vivir súper relajados —confesó Daniel.

La conversación se fue extendiendo. Sin embargo, aún el sol estaba en su esplendor, así que la salida de Mila, en caso de no haber ido al veterinario, podría llevarse a cabo.

Mientras hablaba con el desconocido, Daniel observó, por el rabillo del ojo, la silueta de una mujer pararse en el estrecho espacio de las dos cortinas que mantenían ocultas la residencia de las miradas curiosas, cortinas que eran necesarias, dada la amplitud de la ventana.

Asumiendo que su hermana se encontraba en la casa, después de terminar de charlar con el joven que había tocado a su puerta, entró de nuevo a la casa, asomándose en las escaleras.

—¡Hermana! —gritó—. ¿Llevaste a Mila al médico? —preguntó.

Como no obtuvo respuesta, insistió una vez más, gritando con mayor fuerza, pero fue en vano.

—¡Coño'e la madre! —exclamó molesto, lo menos que deseaba era subir las escaleras.

Al final tuvo que hacerlo. En aquella planta solo habían tres puertas —la del baño, la de su habitación y la del cuarto de su hermana—, así que tocó en esta.

—¡Hermana! —llamó, sin obtener respuesta.

Golpeando con un poco más de fuerza, volvió a decir:

—¡Hermana! ¿Llevaste a Mila al veterinario?

Pero nadie contestó.

Preocupado por el destino de su hermana, abrió la puerta, encontrando la habitación completamente vacía.

—Pero ¿qué coño...? —murmuró, con el corazón acelerado y Mila a su lado.

No había nadie en la casa.

Un cuarto para las doceDonde viven las historias. Descúbrelo ahora