Ánimas

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Dicen que todo devoto de las ánimas del Purgatorio que olvida encender una vela, los lunes en la noche, es asustado por estas.

La vela debe ser colocada en el suelo, en un sitio donde nadie las moleste, así pueden consumir la luz que tanto necesitan, con tranquilidad.

Cada lunes, cuando su familia se acostaba, Patricia prendía una velita blanca en uno de los rincones del baño más alejado de la casa, aquel que nadie visitaba, para que las almas en pena pudieran venir por la luz

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Cada lunes, cuando su familia se acostaba, Patricia prendía una velita blanca en uno de los rincones del baño más alejado de la casa, aquel que nadie visitaba, para que las almas en pena pudieran venir por la luz.

Una noche de esas, Manuel, su hijo mayor, llegó tarde del trabajo. Cansado, optó por ir al baño más cercano a su cuarto para ducharse. Sabía que, al estar tan apartado del resto de las habitaciones, no lo escucharían.

Por el filo inferior de la puerta pudo ver la débil luz de la vela; sin embargo, abrió la puerta.

«Mi madre y sus vainas», pensó, desvistiéndose.

Él era un escéptico, y como tal, esa era una de las tantas creencias campesinas de su madre.

Ignorando este hecho, abrió la ducha y comenzó a asearse. El agua lo relajó, al punto de cerrar los ojos y quedarse en absoluta calma, mas un sutil ardor en una de sus piernas lo hizo bajar la mirada, solo para comprobar que no había ningún objeto que lo ocasionara.

Tomó el jabón, restregó todo su cuerpo. Volvió a la ducha para sacarse la espuma, cuando un ardiente arañazo en su pierna lo hizo estremecer.

—¡Coño! —soltó, agachándose para indagar lo que ocurría.

Mas no alcanzó a tocarse la pierna, pues un nuevo arañazo, esta vez en la espalda, lo hizo ponerse en alerta.

—¡Mierda! —gritó, mientras se volvía a repetir el hecho.

Luchando contra un enemigo invisible, se dio cuenta de que aquello no era un acontecimiento normal.

Los arañazos se multiplicaron, por más que se defendía no podía pararlos.

Gritando, salió del baño, desnudo y lanzando manotazos.

Su familia se despertó alarmada, encendiendo las luces para ver lo que pasaba.

Anonadados, todos los miraban. Solo Patricia se acercó, contemplando, sobre la piel de su hijo, los rastros de numerosas uñas talladas en todo su cuerpo.

Un cuarto para las doceDonde viven las historias. Descúbrelo ahora