Desde el sofá

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La fiesta había terminado. Era muy tarde para que Sairio y Rafael partieran hacia sus casas, y José lo sabía.

—Creo que tendrán que venirse conmigo —comentó José—. Mi casa está a un par de cuadras y tiene habitaciones suficientes para que puedan descansar. A esta hora no conseguirán ningún taxi que los lleve hacia el sur de la ciudad.

Los jóvenes sabían que era verdad. La ciudad era peligrosa y, por los mismos problemas de la delincuencia, ningún mortal se aventuraría entrar a barrio alguno.

Por otro lado, José había sido su amigo desde que entraron al instituto, y conocían su casa y a su madre, hecho que no les hizo evaluar la situación para aceptar la propuesta de pernoctar en el hogar del joven.

Las intenciones de José era que los jóvenes durmieran en una de las habitaciones de la primera planta, aunque si lo deseaban podían descansar en cuartos separados, pero Sairio y Rafael se sintieron avergonzados, y decidieron pasar la noche en la s...

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Las intenciones de José era que los jóvenes durmieran en una de las habitaciones de la primera planta, aunque si lo deseaban podían descansar en cuartos separados, pero Sairio y Rafael se sintieron avergonzados, y decidieron pasar la noche en la sala, sobre los sofás de hilo beige.

José insistió en que tomaran alguna de las habitaciones, pero ante la tozudez de sus amigos, los dejó descansar en la sala, trayendo para ellos almohadas y sábanas.

Una vez solos, Sairio optó dormir en el sofá que se encontraba perpendicular a la ventana que daba a la solitaria calle, colocando su cabeza a contraluz para descansar. Desde su posición podía ver el resto de la casa, las escaleras y el lavandero techado.

Por su parte, Rafael tomó para sí el sofá que se encontraba frente a la ventana. Aprovechó la sombra que se formaba gracias a la pared entre dicha ventana y la puerta, allí refugiaría su rostro de la luz de los faroles de la calle.

Pies con pies, ambos jóvenes se durmieron.

Sairio había perdido la noción del tiempo, el sueño lo había arrastrado hasta los abismos de la oscuridad, mas eso no le impidió sentir cómo una fría y huesuda mano acariciaba su pie, desde el tobillo hasta los dedos.

El toque de la famélica mano lo hizo despertar.

Notando que solo estaban Rafael y él en la sala, movió su pie golpeando a su compañero.

—¿Quééé? —respondió Rafael, al tercer golpe, con voz pastosa.

—¡Deja la mariquera! —reclamó Sairio.

Rafael se tomó un par de minutos en reaccionar. Con un brazo fuera del sofá, la cobija arropándole hasta la pantorrilla, se rascó la barriga, mientras parpadeaba y hunedecía su boca.

—¿De qué hablas? —dijo Rafael, luego de recobrarse.

—¡Coño, nojoda! Tengo sueño y vienes a agarrarme el pie —se quejó Sairio.

Marico, yo no me he movido —confesó Rafael, balbuceando—. Las curdas me noquearon —aseguró.

Sairio lo pensó por un momento: Rafael estaba dormido cuando él reaccionó. ¡Era imposible que estuviera fingiendo! Menos con la cantidad de alcohol que había ingerido.

—Bueno, por si acaso... ¡Deja la vaina! —lo amenazó Sairio.

—¡Ujum! —respondió Rafael, volviéndose a dormir.

Al darse cuenta de que Rafael había vuelto a caer rendido, Sairio lo siguió, arropándose los pies, como si eso pudiera protegerlo.

Sairio volvió a conciliar el sueño, olvidando el incidente.

Sin embargo, Rafael sintió como una mano iba subiendo por su hombro, acariciando su mejilla.

Balbuceando, subió su hombro para quitarse el molesto objeto, cuando este se clavó sobre su piel, rompiendo su dermis sin rasgar la camisa.

—¡Coño! —gritó Rafael, subiendo su mano para quitarse el objeto que lo hería, encontrándose con un escuálido cuerpo—. ¡Mamá! —soltó.

Saltó del sofá, despertando a Sairio.

—¿Qué pasó? —preguntó Sairio.

—¡Marico, una vaina me tocó! —contestó Rafael.

Entonces, Sairio vio, en la penumbra de la noche, una figura pálida pasar desde el lavandero hasta las escaleras.

Al día siguiente, cuando José bajó, encontró a ambos chicos sentados en el mismo sofá, con los pies sobre este, arropados y tan unidos que le pareció gracioso

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Al día siguiente, cuando José bajó, encontró a ambos chicos sentados en el mismo sofá, con los pies sobre este, arropados y tan unidos que le pareció gracioso. Sin embargo, no se burló...

Él también había sido víctima de aquel ente nocturno.

***
Terminología venezolana:

Marico: expresión venezolana utilizada para tratar a un amigo que es casi un hermano.

Mariquera: juego subido de tono. También suele decirse esta palabra cuando una persona es insistente con una situación.

Curdas: cervezas.

Un cuarto para las doceDonde viven las historias. Descúbrelo ahora