Sueños.

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El rugido estalla en la inmensidad de la noche. Es el anuncio de que el tigre me ha encontrado.

Aparece en medio de una oscuridad en la que su cuerpo reluce como si tuviese luz propia, su olor a selvas perdidas y sangre fresca satura el aire y hoy, como tantas otras veces, tiemblo al saberlo cerca.
Primero me observa desde la profundidad de su mirada encendida, después abre sus fauces y su rugido, que contiene el grito de todos aquellos a quienes ha devorado, me despierta sobresaltado.
Con la luz del día en mi frente, reconozco este sueño; es un sueño antiguo que me acompaña desde hace años. Algunas veces, el tigre está inquieto y se mueve de un lado a otro mirándome con fijeza, pero en las pesadillas su aliento roza mi nuca y sus zarpazos cortan el aire que me rodea. Me persigue hasta que mis piernas ceden y caigo al suelo, es entonces cuando él avanza y su cuerpo se sube al mío. Yo me quedo boca arriba bajo su pecho cruzado por líneas negras.
Ya que me tiene, emite un leve rugido, acerca su boca a mi cuello y me lame con su lengua de terciopelo. En el sueño yo sé que el se dispone a devorarme con placentera lentitud, pero la escena siempre se interrumpe en ese punto, justo antes de que sus colmillos se hundan en mi piel.

Hay algo siniestro y divino a la vez en su apariencia salvaje y en la inexplicable ecuación que le permite a este tigre decirme al oído en un ronroneo:

–Eres tú, te busco a ti, te espero a ti.

Yo cierro los ojos mientras escucho sus palabras que me incendian.

–Llegará el día en que probaré tu piel de seda.

Probaré tu piel de seda.Donde viven las historias. Descúbrelo ahora