II

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De niño mi padre siempre me llevaba a ver antigüedades, recorríamos calles completas de tiendas elegantes u otras con puestos en la acera, con las cosas extendidas sobre mantas en el piso. Veíamos mapas, cuadros, libros, objetos diversos. Nos metíamos a casas abandonadas mientras yo temblaba de miedo y emoción tomado de su mano. En esos escenarios, cuando mi exaltación era notoria me sugería estar atento porque mi madre había soñado que yo descubría un objeto entre las cosas olvidadas el cual me develaría algo extraordinario que cambiaría mi vida para siempre.

"¿Tú le crees papá? ¿Crees que sea cierto?"

"¿Por qué no? -me decía en tono cariñoso y divertido-.
Tú madre a veces tiene sueños premonitorios, además ambos creemos que hay algo especial en ti, que te llevará a hacer algo distinto a lo que los demás hemos hecho."

"Pero yo no tengo nada especial papá, soy igual que cualquiera".

"¿Y todos los sueños que tienes? Son peculiares, sueñas más que la mayoría, estoy seguro; encontrarás y harás algo especial" -me decía con su sonrisa amorosa al tiempo que pasaba su brazo por mi hombro.

Me gustaba y al mismo tiempo perturbaba que me dijera esto pues su insistencia me hacía dudar de mi papel en el mundo. ¿No sería especial hasta que encontrará eso único?
Entonces, ¿Qué era en el Inter? ¿Y si ese descubrimiento no se gestaba nunca y desperdiciaba mi vida en cosas triviales y no hacia nada relevante? La idea muchas veces me cortaba la respiración. ¿Que sería de mi si no encontraba ese objeto? Y ¿que sería de mi en caso de hallarlo?

Cuando volvíamos a casa mi madre, con absoluta seriedad, me llevaba aparte y tras mirar sobre su hombro y constatar que estábamos solos me preguntaba en un murmullo:
"¿Lo encontraste está vez?"
Yo le decía lo que habíamos visto y cuando ella notaba que no había nada extraordinario suspiraba con alivio y decepción al mismo tiempo.

"Estás muy chico para hallarlo, todavía tengo que advertirte muchas cosas para cuándo por fin lo descubras."

No sé si me lo decía de broma o en serio, pero yo crecí convencido de que ese hallazgo tenía que pasar. En la espera, mis años transcurrieron uno tras otro y yo sentía que el mundo era una rueda que giraba frente a mi a toda velocidad, tan solo a un metro de mi, pero yo no sabía cómo adentrarme en ella, me sentía ajeno de una forma inexplicable.
Escogí una profesión silenciosa, entre a la universidad y estudie restauración con especialización en antigüedades en donde entablaba más diálogo con objetos que con personas.
Al terminar la carrera uno de mis profesores me contrató para el mejor taller de restauración del país. A el llegaba toda clase de piezas; tuve tantos objetos únicos entre mis manos que poco a poco fui olvídando la frase de mi madre. Lo que no olvide era la fascinación que ejercian las cosas abandonadas sobre mi persona, las percibía listas para ofrecer algún secreto a quien se adentrarse más allá de sus celos aparentes.
Es por eso que la casa me atrae tanto, es como entrar en un vorágine de memorias que se entrelazan con hechos reales. Esta vorágine me arrastra a su cuerpo y yo me dejó llevar pues no tengo nada que perder. Tengo el tiempo y el dinero de la herencia de mis padres y necesito restaurar algo para ver si al hacerlo, también restauró los vacíos que me habitan, así que decido tomar la Residencia Toro.

-Su padre también lo hubiera hecho -me dice sonriendo con melancolía el Sr. Mandori.

-Lo sé -le digo convencido de que era cierto y la sola idea de ello hace que la casa me entusiasme aún más.

Decido traerme pocas de las pertenecías que guarde tras la muerte de mis padres. Algunos libros y uno que otro cuadro que mi madre pinto, pero en realidad dejo casi todo atrás. Quiero comenzar así, con pocas cosas en esta casa que yo he elegido.

Probaré tu piel de seda.Donde viven las historias. Descúbrelo ahora