Me acuerdo de El Kybalion y subo a mi cuarto a leerlo.
Lo abro y noto que tiene un sello de agua con el nombre de Raymundo Toro y la fecha: exactamente cinco años atrás. El libro no tiene nada inusual, solo algunas partes subrayadas con tinta roja y marcadas con desesperación.El mundo es una curación mental del Todo en cuya mente vivimos, nos movemos, y tenemos nuestro ser.
Al terminar de leer está frase escucho un ruido abajo cuya procedencia no identifico.
Me quedo quieto para ver si continúa, pero la casa guarda silencio y yo sigo leyendo:
Nada ocurre casualmente, todo sucede conforme a la ley. Ninguna cosa o suceso puede crear otro, sino que es el eslabón precedente en la gran cadena de sucesos que fluye de la energía creadora del TODO lo que activa la causa y efecto. Hay una continuidad entre todos los acontecimientos precedentes, consecuentes y subsecuentes. Existe siempre una relación entre todo lo que ha pasado y todo lo que sigue ad infinitum.
Esta última frase trae a mi mente a mi madre que solia decirme:
"Yo he soñado que llegara el día en que tengas que dar la respuesta y a mí ya me ha sido develada en sueños, nada es casualidad, siempre hay una relación entre lo pasado y lo que habrá de suceder. Si recuerdas lo que te digo encontrarás el acceso, Frank, tu entrarás", decía asintiendo con convicción.
"¿Entrar a dónde y la respuesta de qué?"
"Del acceso para los elegidos"
Yo la observaba con cara de incógnita ante sus incoherentes diálogos, pero ella me respondía con seriedad absoluta.
"No me mires así, lo que sé es que es importante, lo sueño una y otra vez por algún motivo".
"¿Cuál motivo mamá?"Ella se esforzaba con desesperación por encontrar una respuesta, suspiraba y al final respondía.
"Creo que yo sólo soy el vehículo para transmitir el mensaje, no me ha sido dado entenderlo, pero lo que si sé es que existe una relación entre lo que sueño y lo que pasará", ahí bajaba mucho la voz y me decía en secreto, pegando su boca a mi oreja: "No sé lo que significa, pero sé que debes aprendertelo, repite después de mi"
Y me hacía repetir una especie de adivinanza una y otra vez. A veces yo no quería decirla, pero como ella al hacerlo se tranquilizaba, lo hacía para mantenerla en calma.Han pasado tres meses y la casa ha ido tomando forma, con la ayuda de Gerard todo avanza de maravilla. Desde la terraza del segundo piso lo veo dirijir a los trabajadores parece un director de orquesta aplicando los tonos exactos en cada sitio para que la casa recupere sus melodías perdidas.
Tiene varios proyectos además de la Residencia Toro, pero todos los días viene, aunque sea un momento a ver los avances de la jornada, el siempre saca fotos que después me enseña para que yo no olvide como estaban de maltrechos los espacios y cuánto esplendor hay ahora en ellos.
Cuando viene hablamos de música y de libros, o de cualquier cosa relacionada con los trabajos de la casa, es cuidadoso en no pregúntame de mi pasado, mientras el habla sin problemas del suyo. En donde estudió, las ciudades en las que ha vivido u con quién ha estado, habla de su familia, amigos, lugares favoritos e intereses particulares.
No es que converse sin cesar, al contrario, solo dice lo suficiente acerca de cada tema y me deja con ganas de saber un poco más, siempre un poco más.Llegué al acuerdo con el Sr. Mandori de que los arreglos hechos se tomarán a cuenta de la renta o de la posible compra del inmueble. La idea de hacer la casa mía crece en mi jardín interior como las plantas del jardín exterior, sin plan preciso, pero por todas partes.
—Solo le pido que no haga cambios muy drásticos que modifiquen el estilo propio de la residencia, pues hay casos de inquilinos que regresan después de años.
Yo recuerdo las palabras de mi sueño: "No estoy vivo ni muerto, estoy atrapado aquí, en el umbral de la Puerta Oculta".
Miro el reloj; las seis de la tarde, hora en que los trabajadores se retiran, voy a abrirles la puerta y regreso a la sala, tomo la foto de Toro y me quedo viéndola. Gerard entra a decirme que también él de va, pero al verme callado me pregunta:
—¿Por qué te viniste a vivir aquí solo?
Me resulta difícil contestarle, no sé cómo hablar de los últimos dos años, no sé por dónde empezar o si empezar siquiera.Me toma la mano, me sienta en uno de los sillones de la sala, se sienta frente a mí y espera mi respuesta con paciencia.
–Vine a restaurar mi vida, no sólo una casa -le digo sonriendo un poco.—¿Familia? ¿Amigos? ¿Pareja?
–No, estoy solo -le respondo procurando que mi voz no se quiebre al decirlo-. Cuando mi padre murió hace dos años, mi madre tuvo crisis que fueron subiendo de tono y terminaron por conducirla al delirio.—¿Esto fue a partir de la muerte de tu padre?
–Antes de esto tuvo episodios inusuales que yo veía como algo extravagante; mi padre y yo nos divertíamos con sus locuras, pero cuando él no estuvo ella... se desconectó de este mundo y yo con ella.—¿Tú con ella? –pregunta adentrándose en mi mirada que yo desvío para seguir hablando.
–Tenía momentos de lucidez y en esos lapsos me suplicaba que no la internara en un hospital psiquiátrico, que no la dejara con enfermeras. Me aseguraba que ya faltaba poco para su partida, que tenía cosas que decirme, solo me pedía que la acompañara ese tiempo. Así que deje mi trabajo, amigos, al mundo en general, para estar con ella pues requería mi presencia sin interrupciones. Si yo estaba cerca, ella estaba tranquila.—¿Qué tipo de episodios tenía?
–Era algo... raro. Todas las mañana me preguntaba que había soñado y lo anotaba en una libreta; tenía una biblioteca llena solo de las libretas de sueños míos y de ella.
Decía que descifrar los sueños era indispensable ya que un diario de sueños era más importante y real que un diario escrito en la vigilia.—¿Eran pesadillas?
–Ella creía que había dos tipos de sueño; unos que vienen de nuestra mente, de sitios profundos o poco profundos, pero de nosotros mismos; y otros que son mensajes de los confines del cielo nocturno y éstos, que eran la mayoría de los que ella soñaba, tenía que aprender a desentrañarlos pues eran mensajes cifrados en metes divinas con un fin específico. Las voces provenientes de ellos la atormentaban. Vivía convencida de que debía advertirme y enseñarme ciertas cosas de que se fuera, era muy difícil verla así...Murió el día exacto en qué lo pronóstico: el catorce de enero a las doce del día. Lo dejo anotado en su diario de sueños meses antes de que pasara.
Gerard me mira con intensidad, pero sé que no duda lo que le digo.Recuerdo cuando, después del accidente, abrí su diario y leí tres cosas que me causaron una fuerte impresión: la primera fue descubrir planas y planas escritas con la "oración" que me hacía recitarle incesantemente con el título de Sueño de la voz, fechados en días distintos; la segunda fue la página dedicada a mi en la que escribió:
Frank, tú serás parte del Reino de la Sangre y, lo tercero que leí en una de las últimas páginas, lo leí tantas veces que también me aprendí esa terrible página de memoria. Empezaba con la frase:¿Existen los sueños premonitorios que anuncien la muerte o somos nosotros los que hacemos la muerte para que el sueño sea premonitorio?
Y seguía:
A lo largo de mi vida le he preguntado a toda la gente a punto de morir, los sueños de sus últimos días y aunque me aterra escribirlo, sé de cierto que en todos ellos han existido indicios que anuncian la cercanía de la muerte, como la aparición de sombras de flores que caen a la tierra sin flores que las reflejen, o el orden de las gotas de rocio en la ventana, o un hilo a punto de ser cortado por unas tijeras plateadas con inscripciones arábigas: el rostro de La Muerte, que es todos los rostros, se anuncia de forma insospechada.
¿Es el sueño conjurante? Anoche escuché de nuevo la voz, es una voz masculina, seductora, me llamó y me dijo que el día ya estaba marcado y después soñé que un coche negro pasaba sobre mi cuerpo tendido en el suelo. Era de día, raro, porque mis dueños siempre son difuminados y grises. Veía al auto acercarse desde lejos y yo me paraba justo al borde de la calle aguardando el momento exacto. Miraba el reloj: las doce del catorce de enero.
Cuando el coche venía hacia mí, extendí los brazos y caí flotando en la calle. A través de mis ojos manchados de sangre vi, entre las ruedas, los últimos vestigios del cielo al que no iría a parar, pero aún así, sentí que descansaría profundamente.
Me preguntó si no será éste ya el sueño de alguien que ha muerto.
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