Suena el despertador, me levanto y voy a la regadera para que el agua tibia disuelva los inexistentes rasguños del tigre en mi cuerpo. Me visto esperando que a lo largo de las horas del día el rugido se aminore hasta extinguirse.
Salgo del hotel, tomo un taxi en la calle y le doy la dirección a la que vamos. Conforme la ciudad se mueve a mi lado, intento recordar cuando empezó este sueño recurrente y creo que fue desde niño.
La primera vez que se lo conté a mi madre, ella me puso especial atención y me pidió que se lo narrara un par de veces, sin excluir detalle alguno, después lo apunto en una de sus "libretas de sueños", que eran unos cuadernos en los que escribía lo que cada miembro de la familia soñaba, y a partir de ese día me preguntaba con frecuencia si aún soñaba con el tigre. Yo esperaba que no lo hiciera porque solo nombrarlo hacia al animal volver a mi manto nocturno, pero ella jamás lo olvido, todavía un par de días antes de su muerte, preguntó por él.Mi madre me hizo jurarle que reharía mi vida cuando ella se hubiese ido, fue tal su insistencia que a pesar del dolor por su muerte planeo cumplir su petición.
Comienzo a imaginar una vida distinta a la que tuve en el último par de años, ahora en esta ciudad, luminosa y desconocida, con edificios, pasos y voces igualmente desconocidos... Miro a la gente que transita en las calles, ¿no querrán ellos, al igual que yo, cambiar algo de su vida, aunque sea solo un fragmento?¿Podría renovarme en esta ciudad? ¿Podré renovarme yo mismo en esta o en cualquier otra ciudad?
Alguna vez leí que las pesadillas son ensayos para evadir las trampas o peligros que nos tiende la vida en la vigilia, su función es protegernos y más que nada, prepararnos... Pero yo podría soñar mil veces al tigre, y jamás estar preparado para un encuentro con él, por lo que suplico que está pesadilla sea solo el ensayo de una realidad inexistente.
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Es aquí, me avisa el taxista que se detiene frente a una imponente casa abandonada.
Yo me inclino para mirarla desde la ventanilla cuando un hombre canoso con gabardina gris, aparece frente a mi.–¿Frak Iero?
–Si
–Soy el Sr. Mandori, soy quien le mostrará la Residencia Toro.Me bajo del taxi y el Sr. Mandori me observa con curiosidad.
–Veo que su padre no exagero cuando hablaba de lo parecidos que eran, eres el vivo retrato de el muchacho.Las casas junto a la que nos dirigimos son grandes y bien conservadas, lo que hace resaltar más el número doce al que nos acercamos.
–¿Llegó hace varios días a la ciudad? –me pregunta conforme avanzamos a la puerta que es de madera con incrustaciones de bronce cubiertas de polvo.
–Hace un par de días.
–¿Viene usted acompañado? Quiero decir, ¿La casa sería para usted solo?
–Si, para mí solo –Nadie viene conmigo, ni vendrá, agrego en silencio.–Ya verá que aquí hay mucho por conocer, además en caso de que le interese la propiedad, los vecinos de está calle son muy amables...– guarda silencio y en tono serio agrega:
–Siento mucho lo de sus padres, su padre y yo hicimos buena mancuerna en la búsqueda y remodelación de casas "especiales", como las llamaba él, yo lo apreciaba...
Por eso cuando usted llamo y me dijo que él mismo le había dejado mi número, pensé que tal vez le gustaría ver está casa antes que las otras. No la tenemos abierta al público, pero estoy seguro de que si su padre la hubiese visto, la hubiera tomado– me dice sonriendo.–¿Se renta o se vende?
–En este momento se renta, pero tiene la opción a compra en un año, tomando la renta como deposito.
Me parece que se trata de una oportunidad, por eso quería mostrársela primero.Lo sigo en silencio cobijado por la sombra que proyecta la casa sobre la acera, él toma un manojo de llaves del que escoge una que introduce en la cerradura.
Cuando abre la puerta de la Residencia Toro y cruzamos el umbral, siento como si una parvada de nerviosas aves negras comenzará una danza asimétrica dentro de mi pecho. Llega a mi un desasosiego, una incertidumbre ante la presencia de algo extraño que por alguna razón me provoca una atracción indescriptible.De inmediato observo al Sr. Mandori para ver si él también percibe lo mismo en el ambiente, pero él parece lejano a cualquier elemento inusual que pudiera flotar en este aire encerrado.
Pasamos al recibidor cubierto por un vitral de cristales azules que baña de luz esa parte de la casa y la hermosa escalera curva que lleva al segundo piso.El Sr. Mandori inicia su explicación mientras caminamos por la casa:
–Como le comente por teléfono, está casa perteneció al reconocido Dr. Raymundo Toro quién gustaba de las cosas exquisitas y únicas, de ahí que encuentre detalles especiales como por ejemplo este piso– me dice al tiempo que me conduce a la sala.–A la casa le hace falta mantenimiento y restauración pues lleva deshabitada alrededor de cinco años, pero eso, más que un defecto, es una oportunidad ya que el precio es bajo considerando a quien perteneció, sus acabados y la zona en la que se encuentra.
–¿Por qué lleva deshabitada tantos años?
El Sr. Mandori garraspea, parece indeciso de como responderme.
–A decir verdad no conozco la historia a fondo, tal vez usted que está en el mundo de las antigüedades escucho de alguna noticia acerca del Dr. Toro.–Niego con la cabeza ante el comentario del señor Mandori.
–Al parecer el Dr. Toro se fue a investigar algo y aún no vuelve.
Guardo silencio esperando a que continúe la historia, él al notarlo, se encoje de hombros y me mira como si de verdad no supiera gran cosa.
–Lo que sé es que dejó estipulado en una cláusula a la Sra. Maner, su asistente y conocida mía, que en caso de no volver en el transcurso de cinco años, tenía autorización para rentar la casa a alguien con recomendaciones, que cuidara de sus cosas y de su biblioteca, y que si no volvía tras el transcurso de sexto año, la propiedad podría ser vendida.
–¿Pero no sé ha sabido nada de él?
Sin darle más importancia agrega:
–Como le dije, desconozco los detalles, pero lo dudo, la Sra. Maner trato de localizarlo sin éxito.–En caso de rentar la propiedad, ¿Que pasa si él vuelve?
–Es poco probable que regrese, pero en ese caso, respetariamos su contrato anual y de no volver el Dr. Toro, puede quedarse con la propiedad, si es que le interesa.
–Han venido anticuarios por la mayoría de los cuadros y muebles, para con ello pagar los gastos, ya sabe, aunque su asistente insistió en qué no se llevarán sus objetos más preciados.
–Vayamos al segundo piso si todavía le gustaría conocerlo, si no, lo puedo llevar a la siguiente propiedad que pienso mostrarle.–Subamos- digo yo cada vez más intrigado con la casa.
El segundo piso es igual de impresionante que el primero, con un lujo dejado en las manos sucias del polvo.
Hay tres cuartos separado por un pasillo bien iluminado, me acercó a la ventana y ante mi vista se despliega el verde nervioso de un jardín abandonado.
–¿El jardín también pertenece a la casa?Al Sr. Mandori parece incomodarle el estado de la propiedad y meneando la cabeza agrega:
–Asi es. Antes era un sitio que llamaba la atención pues el Dr. Toro trajo semillas de distintos países y cuentan que pasaba horas allí afuera sembrando plantas medicinales y flores exóticas para después fabricar el mismo tónicos para curaciones, es una lastima que ahora este así, pero eso tiene fácil arreglo.
Yo observo el jardín y sin razón alguna un escalofrío pasa por mis venas. Hay algo hermoso en su desordenado crecimiento, como si alguien hubiese planeado con cuidado la rabia azarora con la que las plantas crecen y cubren la tierra que las sostiene. Me dan ganas de salir a caminar en él, de poner una silla en medio de la hierba enloquecida por su libertad, cerrar los ojos y escuchar el barullo de un jardín vigorosamente anárquico.
Al final de los cuartos está una biblioteca con una terraza rodeada de planta que crecen rasguñando las paredes descarapeladas.
Esa mezcla entre majestuosidad y abandono me desconcierta, ¿Cómo se puede entregar todo a la nada? No es que la casa tenga muchos años sola, sin embargo pende en ella una atmósfera enrarecida, una aminosa presencia de misterio irresuelto, de tiempo detenido con dejo de irrealidad.
