El día se cuela por la ventana y hace que me despierte, pero aún recuerdo la voz de Toro, repitiendose como un eco a mi alrededor.
Su frase me acompaña toda la mañana, ¿Que era la puerta oculta? ¿Sería el nombre del objeto que citaban las entrevistas o solo letras juntas al azar? Así paso la primeras horas del día, dándole vueltas a lo soñado hasta que el timbre de la entrada me distrae. Es domingo, día en que los trabajadores descansan, por lo que me imagino que se tratara de algún vendedor, o peor aún, un predicador que viene a salvar mi alma perdida.Bajo al portón, entreabro la puerta y veo a un joven de perfil observando la casa, la luz de la mañana resbala por su perfecta nariz y se queda unos segundos en sus pómulos. Cuando escucha la cerradura, voltea a ver quién le ha abierto pero yo solo entreabro unos cuantos centímetros la puerta, él sonríe dejando ver sus pequeños dientes, y veo el sol reflejado en sus ojos color verde olivo y pienso que su rostro podría estar en algún cuadro renacentista y de ser así, yo lo observaria durante horas sin aburrirme, tiene el pelo lacio color negro y se le resbala por la frente tapando uno de sus ojos, él lo retira con sus manos grandes mientras sonríe. Es alto y delgado, lleva jeans y una camisa de lino azul que deja entrever su piel clara.
Tendrá unos veintisiete años, apenas unos años mayor que yo.
Me quedo quieto observándolo, sin decir nada, esperando a que no escuché los latidos que se agolpan en mi pecho sin aviso.–Hola, soy el arquitecto Gerard Way.
–Hola -respondo con incertidumbre desde la ranura de la puerta.–Noteé que están arreglando la Residencia Toro. La conocí cuando era niño y ahora me muero de curiosidad por entrar de nuevo a verla, ¿Tú eres el nuevo inquilino? -me pregunta en un tono educado al tiempo que me pasa una de sus tarjetas en donde confirma su nombre y datos.
Cuando extiende el brazo hacia mi, me llega un aroma fresco a campos de lavanda floridos.
Le contesto que si, con un monosílabo mientras veo mi vestimenta, unos shorts viejos, una camiseta blanca manchada de pintura y descalzo.
Cómo me ve dudar agrega:
–Si quieres regreso otro día, yo sé que es una imprudencia, es solo que está casa me parece, ¿Cómo decirlo?
Distinta...Hace rato que no sostengo una plática con alguien que mi primer impulso es cerrar la puerta y dejarlo afuera; pero al mismo tiempo lo quiero dejar pasar así que le abro sin decir nada.
Él sonríe entusiasmado por entrar a la casa, pero cuando lo hace se queda un momento detenido y en lugar de ver la casa me observa a mí y parece que la tranquilidad de antes se le escapa por algún sitio.–Tus ojos también son verdes, pero es un verde peculiar -me dice de pronto.
–Desde siempre -le contesto yo sonriendo mientras le enseño el camino. Su comentario me trae a la mente la voz de mi madre con sus tintes de demencia: "Tienes ojos del más allá, por eso verás más allá, recuerda lo que te digo, no estoy loca, solo lo sé de cierto..."Entonces noto que él me hablaba y regreso del recuerdo.
–Esta escalera de la entrada es una maravilla, mira –me dice agachadose a contemplarla–, es de mármol italiano y si observas en las esquinas hay sujeciones para el tapete hechas en bronce, seguramente son de los talleres de Venecia y tienen por lo menos un siglo –dice con admiración, y después se incorpora para entrar a la casa.
Ya dentro le ofrezco café, es lo único que tengo. Recorre la casa con la vista y me pregunta intrigado.—¿Vives aquí solo?
–Si llegué hace dos semanas.
—¿Y estás remodelando todo... Solo?
–No precisamente, tengo a unos trabajadores que me ayudan en la parte de la plomería, carpintería, etcétera. En lo que yo no sé hacer.Alza la ceja en un gesto que denota verdadero interés.
—¿Y que es lo que si sabes hacer?
–Bueno pues soy restaurador, así que hay muchas cosas en esta casa que me gusta hacer: los muebles, los cuadros, los libros...
—Me imagino, para mí como arquitecto sería un reto y un gusto trabajar aquí, así que tú te sentirás igual de emocionado.
–¿Quieres ver cómo va el resto de la casa?
—Claro.