— Oikawa-san, ten cuidado con los giros. Recuerda las luces.
— Ah. Lo siento, me acostumbré a conducir en Argentina y siempre me olvidaba las luces de giro. Continúen, por favor.
Oikawa frunció levemente el ceño mientras el "tic toc" de la luz de giro comenzaba a sonar; era un sonidillo suave y sutil, pero en el estado de ansiedad un tanto desenfrenado que estaba padeciendo Oikawa en esos momentos, cualquier cosa lo alteraba a un punto inconcebible y ridículo. El mando de la luz de giro saltó en cuanto Oikawa enderezó el volante, doblando por cuarta vez según las instrucciones de Akaashi, en el asiento trasero; cada tanto y mientras ambos comenzaban a relatarle los sucesos salvajes que había tenido a mal perderse en persona - en realidad, el que no detenía su verborragia era Hinata, quien parecía al borde de una crisis de ansiedad - Oikawa observaba por el espejo retrovisor el semblante cada vez más pálido de Akaashi, temiendo lo peor.
Bueno, en definitiva era su auto. Si vomitaba era problema suyo.
Al parecer, Akaashi tenía algún tipo de contacto que le había informado hacia dónde se habían llevado a los cautivos. Qué era exactamente lo que iban a hacer cuando llegaran a la departamental, Oikawa no tenía ni idea; mientras su cerebro se enfrascaba en la metódica tarea no cometer ninguna infracción de tránsito, en no perderse y en procesar el torrente de palabras que Hinata escupía a su lado - apenas distinguía si le hablaba a él, a Akaashi o a ambos - su mente comenzó a enfriarse, hecho que le preocupó un poco. En caliente, con la ansiedad, el enojo y la indignación de por medio, su único objetivo era llegar donde se hallaran Iwaizumi y los demás y que sucediese lo que tuviese que suceder. Ahora, luego de varios minutos y con los acontecimientos completos armando el rompecabezas en su mente, Oikawa comenzaba a tener más y más inseguridades, temeroso de que gritar pidiendo justicia no fuese suficiente.
Mientras doblaba por quinta vez cuando la voz sepulcral de Akaashi surgió detrás suyo, sus neuronas sacaban chispas mientras intentaba recordar algún amigo o conocido que tuviese relación con el ámbito de las leyes. No creía que fuese necesario, pero visto y considerando la basura que era el jefe de Akaashi...de repente, la imagen de Iwaizumi rompiéndole la cara vino a su mente y sin poder evitarlo, una sonrisa de satisfacción se dibujó en sus labios.
— ...así fue como terminaron todos en el suelo. Cuando volteé incluso Sakusa—san estaba allí...¿de qué te ríes?
— Shouyo, no grites, asustas a Akaashi. Me río de recuerdos gloriosos.
— Lo siento...Akaashi-san, ¿te encuentras bien?
Hinata se había aferrado a su asiento y había volteado el torso completo entre Oikawa y él pese a llevar ajustado el cinturón de seguridad; Oikawa desaceleró un poco cuando el semáforo marcó rojo delante suyo y sus ojos se desviaron impacientes hacia Akaashi. Su imagen no mejoraba demasiado y tampoco parecía haber oído la pregunta de Hinata, enfrascado en su teléfono.
— Akaashi, sé que estás preocupado por Bokuto, pero no va a pasarle nada. Ya lo verás.
Oikawa no se consideraba una persona apta para consolar a otros porque en primer lugar, pocas veces lograba hacerlo consigo mismo. Las palabras habían salido suaves y carentes de inseguridad, tranquilas y pausadas. Sin embargo, mientras las pronunciaba con la finalidad de sosegar a Akaashi, en su mente otra voz gritaba que Iwaizumi estaba en la misma situación y que en realidad, no tenía ni idea de cómo iba a resultar aquello. ¿Una denuncia por agresión, daños y perjuicios? Quizás sólo los estuviesen demorando en la departamental hasta que consiguieran un abogado, tampoco había sido tan grave...bueno, habían invadido también propiedad privada... ¿y si había que pagar algún tipo de fianza? Mientras el semáforo volvía al verde y Oikawa aceleraba nuevamente, se descubrió a sí mismo repasando sus cuentas bancarias y cuántos ahorros le quedaban luego del viajecito hacia Japón.
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Chacal Negro
RomanceLos chacales podían parecer criaturas inofensivas, incluso en algunos aspectos amigables y sociables. Sin embargo, los demás no podían olvidar que aún seguían siendo depredadores y que, orillados a hacerlo, podían volverse peligrosos si veían amenaz...