Julieta.
Estaba llegando tarde al colegio, y eso no era lo peor, lo peor era qué, me había ensuciado toda la camisa blanca con chocolatada por tomarla apurada.
Tenía una mancha marrón en el pecho que no zafaba con nada. Ya me veía venir cualquier tipo de burla estúpida.
Entré al colegio tratando de esquivar las miradas de los presentes, pero hasta que pasé por su lado: Tomás Campos, le encantaba fastidiarme pero a la vez hacerme reír.
Era una relación de odio, pero a veces hacia cosas tan raras que me parecía hasta cómico. Es mejor amigo de mi hermano y casi siempre lo veía.
—¿Qué pasó, la bebé no sabe tomar la leche? Si querés te enseño y tomas la mía.
Rodé los ojos. —No seas ordinario.
Se rió. —Perdón, señorita educada.
Le hice fuck you y entré a mi salón, todos estaban concentrados haciendo su tarea. Le hablé a la profesora en voz baja, pidiéndole perdón por mi llegada tarde.
Ella sólo asintió sin mucho interés y yo me dispuse a copiar la tarea. Estábamos a viernes, por suerte.
Eso significaba, descanso de dos días y volver a cargar energías para volver a la puta rutina de... Digo, hermosa rutina.
××××××××
11:45 a.mLa clase había terminado, yo salí al recreo con mi mochila puesta ya que en minutos nos retirábamos porque los profesores de la segunda hora, no vendrían. Mis amigas decidieron faltar, así que estaba sola.
Aproveché que no había nadie en el pasillo para entrar al cuarto de lavandería, ahí habría algo para limpiar mi camisa marrón.
Cerré la puerta detrás de mí apenas entré para que nadie note nada, pero cuando prendí la luz, ahí estaba la persona que no quería ver.
—¿Qué haces acá?— le pregunté al odioso Campos.
—¿No es obvio?— preguntó él, mostrándome lo que estaba fumando, que cigarrillo, seguramente no era.
—¿Vos qué haces acá?—¿Te importa?
Comencé a buscar entre los productos de limpieza algo, no encontré nada. Suspiré fastidiada y escuché el timbre sonar, demostrando que ya debíamos ir a casa. Hasta que escuché un click del otro lado que me hizo saber que cerraron la puerta con llave.
Mi estómago dió un vuelco del susto, cuando quise abrir la misma, no podía.
La puerta no abría.
Estaba cerrada.
Nos habían encerrado en el cuarto de lavandería.
Tomás y yo.
Juntos.
Encerrados.
Las clases de la tarde no se harían por una excursión y eso significaba que la escuela no sería abierta hasta el lunes.
—¡No abre, Tomás!— grité.
—Espera... No exageres.— dijo él, corriéndome un poco y poniendo su mano en la manija para comenzar a intentar abrir, pero nada. —¿Quién la cerró?
—¡No sé! ¡Sacanos de acá!
—¡Banca loca, no te pongas a chillar como rata!
—¡No chillo como rata!
—¡Lo estás haciendo ahora!
—¡Vos haces que lo haga!
—¡Bueno, entonces deja de hacerlo!
—¡Bueno, entonces deja de gritarme!
—¡Vos estás gritando!— replicó para después soltar un suspiro. —Se van a dar cuenta que faltamos, en algún momento.
—Mi hermano nunca está en casa, y mis viejos están de viaje, de que falto no se van a dar cuenta.— dije, apoyando mi espalda contra la pared. —No sé, intenta algo con alguna de esas herramientas que hay ahí.
—¿Me viste cara de ferretero?
—Sos hombre.
—Esos estereotipos machistas...— murmuró.
—No pensé que eras tan nena.— solté agarrando una de las herramientas dispuesta a hacer que esa puerta abra.
—No hagas estupideces, vas a romperla y te digo que plata no tengo para comprar otra, eh.
—Que vos seas pobre no significa que yo lo sea.— ataqué.
—Ah, encima discriminadora.
—No de discriminé.
—Ajá. Estúpida...— susurró.
—Tarado.
—Idiota.
—Me chupa un huevo lo que me digas ¿Sabes?— dije, mirándolo fijo.
—A mi dos.— respondió sacando de su bolsillo un porro.
—No fumes esa mierda mientras estoy presente.
—Mierda sos vos, querida.
—No me digas eso, porque...
—¿A ver, qué me vas a hacer? ¿Decirle a la preceptora que te molesto? Te recuerdo que estamos solos.— vaciló.
Esto seria, absolutamente difícil.