Capítulo 14

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Ayer tuve que detener mi escrito porque la tos es muy fuerte, rasga mi garganta y me impide mantenerme quieta.

Apenas va amaneciendo, pero gracias a los medicamentos me es posible estar tranquila. Decidí sentarme en la terraza para poder avanzar. Me gusta la soledad que da ese espacio que pocos visitan.

Después de que llevé a cabo lo planeado, caminé a tropezones. Mi cuerpo imploraba descanso, pero debía aguantar un poco más. Cuando por fin estuve en el patio, me detuve para recobrar el aliento.

Inés salió del ala izquierda y me encontró a punto de sucumbir a la debilidad. Supongo que buscó un lugar seguro mientras yo hacía lo que me tocaba.

Ella habló y habló y yo solo la escuché sin poder responderle.

Ambas avanzamos hacia la puerta por donde entré con la maleta llena de ilusiones, y por esta salimos siendo libres sin pensarlo dos veces.

Inés me sostuvo porque era incapaz de caminar sola y abrió la gran puerta.

Sentí el cálido alivio que brinda la libertad.

Al cruzarla, los pobladores de las casas más cercanas se acercaron para ver lo que pasaba dentro del convento. El humo era bastante grande y atrajo su atención. Eran alrededor de veinte personas que nos observaron horrorizadas, pero enseguida nos brindaron ayuda. Después de todo, solo éramos dos monjas sobrevivientes de la catástrofe, dos inocentes mujeres que lograron salvarse. Ninguno hizo preguntas, no fueron necesarias. Nos recostaron en una carreta y así nos trasladaron al sanatorio más cercano.

Inés apretó mi mano y empezó a hablar en voz baja.

Mientras avanzábamos, logré ver que varios hombres luchaban por apagar el incendio que consumía furioso lo que se encontraba a su paso. Sabía que no podrían apagarlo, era tan grande que solo lo avivaban más.

Desvié la vista al cielo. El amanecer comenzaba con su tenue luz que brinda esperanza. En ese momento, perdí la consciencia.

Desperté al día siguiente en una cama del sanatorio. Las preguntas después de mejorarme no se hicieron esperar. La policía y algunos enviados del Vaticano vinieron a mí para conocer la historia.

Conté las mentiras que Inés me dijo en la carreta. Ella tenía una breve pero convincente explicación para todo.

A la Iglesia no le convenía que se supieran las barbaridades que hacíamos, y no estábamos dispuestas a arriesgarnos a que nos mataran por pronunciar cosas prohibidas.

"¡Fue un asalto! Unos hombres entraron para robarse lo poco que teníamos. Intentaron ultrajarme, pero me defendí. Ellos fueron los que me lastimaron, me quemaron y cortaron mi cabello. Inés quiso proteger a las demás y cerró sus puertas, pero los hombres le prendieron fuego al convento. Nos salvamos porque me creyeron muerta, y en cuanto se despistaron nos escondimos en una chimenea lejana a las habitaciones", esas fueron las palabras que conté más de una vez. No quedaban más explicaciones. Incluso di descripciones de los sujetos y empezaron a buscarlos con carteles y notas en los periódicos. Ni siquiera me preocupó si alguien inocente terminaba arrestado si la falsa descripción coincidía.

Permanecí un tiempo internada, hasta que quedé por completo curada, al menos del cuerpo.

Fui trasladada a otro convento de una ciudad lejana y nunca más volví a ver a Inés. No pude despedirme porque a ella se la llevaron un día después de que llegamos.

Cada mañana que despierto en este asilo donde yo misma me encerré, recuerdo a esa valiente mujer y le doy las gracias por haberme salvado, por haberme permitido parar todo el horror y buscar la absolución.

Las monjas que murieron en las llamas fueron consideradas mártires. ¡Qué irónico puede volverse todo si pensamos que eran el diablo mismo convertido en mujeres! Aunque, para ser sincera, no me importó en absoluto que las veneraran. Ellas ya no existían y yo podía seguir con mi vida.

Dos meses después la puerta del convento de la Madre de Dios se abrió ante mí. Temblé de miedo cuando una monja de unos cincuenta años me recibió.

—Bienvenida, hermana —dijo con aguda voz. Una cálida sonrisa acompañó su recibimiento—. Espero que estés cómoda aquí. Sígueme, voy a mostrarte tu habitación.

¡Justo así me imaginé que sería la primera vez que lo intenté! Este era un pequeño convento, pero, pese a mi recelo, resultó ser lo que siempre soñé.

Las monjas allí trabajaban, convivían y se apoyaban. Pronto hice lo que tanto buscaba: ayudar a otros. No se trataba de un lugar que se encontrara privilegiado, pero tampoco era necesario, teníamos algo que nos hacía fuertes: nuestra fe.

Auxilié a los más necesitados y comulgué con Dios desde ese día hasta el día en el que mi salud no me lo permitió más. No volví a lastimar a alguien. Espero que eso sirva para ser perdonada al llegar a las puertas del Señor.

Sé que todo lo que he contado parece ser una horrible pesadilla producida por la cansada mente de una anciana loca, pero fue una pesadilla que sufrí, hasta que obtuve la oportunidad de frenar ese montón de injusticias y sangre derramada.

Quiero dejar claro que no es mi intención confundir al que lea esto, no deseo que se pierda la esperanza en la religión que continúo profesando. Dios es pura bondad y sus tiempos son perfectos, pero el hombre es hábil para corromper lo que se le atraviese y ha sabido manipular la fe a su placer para hacer el mal.

Estoy convencida de que acabar con esas monjas no fue la mejor decisión, quizá no debí hacerlo de esa manera, pero de una cosa estoy segura: ¡era la última oportunidad que tenía, y la volvería a usar sin dudarlo! No cambiaría nada, aunque después de eso todos mis pecados se volviesen en mi contra y me quitaran la paz que ya jamás volvió.

Pilar Soriano


El manuscrito fue encontrado en el cajón de noche al día siguiente de ser terminado. Pilar falleció en situaciones naturales sobre la cama del asilo.

FIN


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Querido lector, muchas gracias por haber llegado hasta aquí, me siento muy honrada. Por favor, deja tu opinión en comentarios. Sería maravilloso saber qué te pareció esta historia.

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El Beso de la Monja © Disponible en AmazonDonde viven las historias. Descúbrelo ahora