Capítulo 1

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Mi nombre es Pilar Soriano, tengo ochenta y siete años, pero aún siento que conservo la fuerza de cuando tenía treinta. Crecí y viví en un México olvidado e inmoral, privado de libertades y lleno de injusticias, donde solo el malvado o el invisible sobrevivía si contaba con beneficios de amistades o abundante dinero. Las clases sociales se marcaban con evidente descaro y la indiferencia entre la gente se hacía cada vez más obvia. Pobreza, enfermedades, desesperación... eran algunos de los tantos males que reinaban por aquel entonces.

Ahora, en pleno siglo XXI, siendo ya una anciana acabada y sola, me veo en la penosa necesidad de escribir estas líneas para arrumbarlas en el cajón del buró. Solo espero que algún día, después de mi muerte, alguien las encuentre y les dé el valor que necesitan o, mejor dicho, que yo necesito que les otorguen.

Tengo que contar lo que padecí hace poco menos de setenta años. Es importante para mí y para los que me rodean que estos penosos secretos que guardo sean escuchados en memoria de aquellos a los que de manera directa o indirecta causé daño.

Debo comenzar diciendo que soy una monja retirada que termina sus años encerrada en un asilo deprimente y deteriorado. La gente aquí se muere de forma seguida, por eso el dolor de perder a alguien ya se hizo costumbre. Supongo que de alguna manera me he vuelto insensible, o al menos eso creo, porque no me siento a llorar cuando un compañero se despide de esta vida que parece no tener fin.

Decidí que amaría a Dios hasta el último de mis días cuando cumplí los dieciocho años. Para mi desgracia, a mis padres, forjados en tiempos de guerra e incrédulos de la existencia de un Dios Todopoderoso, la idea de no darles descendientes, a pesar de tener más hijos, fue insoportable y terminaron por olvidarse de mí. Dejaron de frecuentarme en el convento donde me albergué sin pensármelo dos veces. Otros sentirían orgullo, ¡pero ellos no!

Es posible que a veces me lamente, en especial cuando los momentos en que quiero derrumbarme llegan, el no haber contemplado más opciones. Tal vez debí buscar alternativas que complacieran a quienes amaba, y a mí misma. No lo sé, ese era mi sueño entonces y supongo que muy a mi pesar lo sigue siendo hasta el día de hoy. El hecho de entregar la vida al servicio de la Iglesia me llenaba de esperanza y regocijo; lo añoraba con todas mis fuerzas. Por desgracia, no siempre el juego se inclina a tu favor, no siempre sales ileso, ni mucho menos invicto.

Aún recuerdo mi primer día en el convento con tanta claridad que me perturba. Un lunes por la mañana llegué a las anchas puertas de la congregación Siervas de Jesús. Se encontraba a solo media hora de mi hogar, a las afueras de un pueblo grande y muy habitado. Creía que al convertirme en monja salvaría mi alma y la de todo aquel que me pidiera su ayuda. Tenía la maleta repleta de esperanzas y planes. Deseaba alimentar al niño abandonado, curar al enfermo, ser el soporte de los dolientes... Soñaba con todo mi corazón poder hacer que el mundo fuese un poco mejor para quien me rodeara, fantaseaba con escuchar agradecimientos cuando lograra cosas buenas. Para mi desgracia, no fue necesario mucho tiempo para que me diera cuenta de que esos anhelos se quedarían así: como vanos anhelos.

Fue una de las hermanas la que me recibió aquel día con una mueca de cansancio y desagrado. Con eso logró que mis ilusiones decayeran un poco al creer, como una completa ingenua, que las monjas estarían felices porque una más se uniría a la causa. No fue así. La monja que me abrió esa mañana tomó mis maletas sin preguntar nada ni hablarme y caminó por delante sin conocer siquiera mi nombre.

—Soy Pilar —le dije para que me tomara en cuenta y porque yo era entonces una tonta que pensaba que ahí solo encontraría bondad.

—¡Novicia Pilar desde hoy! —respondió con un tono que hizo que la piel de mis brazos se erizara—. Soy la hermana Aurora y espero que lo recuerdes bien, no me gusta que olviden mi nombre, ¿has entendido? —me advirtió sin girar el rostro.

El Beso de la Monja © Disponible en AmazonDonde viven las historias. Descúbrelo ahora