Capítulo 10

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Aún recuerdo el sonido del murmullo detrás de la gruesa y vieja puerta: lento, constante, tal vez acogedor si no hubiese sabido que se trataba de ella, de esa bestia escondida en la piel de un cordero, una dama que destilaba veneno.

Tenía ya el cuchillo en las manos, tenía la oportunidad y a la víctima acorralada. Era la oportunidad perfecta para terminar de una buena vez con tanto horror, con todo el miedo y las muertes.

Los pasillos se encontraban vacíos.

Coloqué la palma sobre la puerta, dispuesta a empujarla.

¡Pero algo faltaba!

Lo único que siempre me faltó y que ese día me obligó a desistir del plan: eso que se llama valor.

El bendito valor no apareció en el momento indicado, no se hizo presente porque no tuvo la opción de salir, porque yo misma se lo impedí por largo tiempo.

Me detuve, respiré para calmar los nervios y pensé, tan ilusa, que todo terminaría así, muy sencillo. Creí que me iría arrepentida y nadie se enteraría del crimen que intenté cometer. Nunca nombraría ni por error esos sacrílegos pensamientos que atacaban mi mente noche tras noche y que me gritaban sedientos de un único sacrificio.

A pesar de lo vivido, seguía siendo una ingenua.

Todo se derrumbó aquel día para mí.

Si no estaba dispuesta a actuar, entonces tendría que pagar por la cobardía.

Zafiro apareció sin que lograra advertirla.

No disimulé a tiempo.

Desconocía qué hacía ella por el corredor en horas de rezo. Es posible que los tronos que otorgaba la madre superiora le brindaran la opción de saltárselos a su placer... Fuese lo que fuese lo que buscaba por ahí, acabó con lo que yo era entonces. Mató, con solo girar por el pasillo, la esperanza que todavía conservaba. Terminó, con su sola presencia, con lo poco que sobraba de mí; los despojos que ellas dejaron.

Zafiro descubrió el cuchillo en mis manos, olió la traición, porque todas ellas eran como perras entrenadas, y de inmediato emitió el grito de auxilio.

Es difícil describir lo que sucedió después.

Odio recordar esa parte, sin embargo, tengo que hacer un esfuerzo si quiero que se sepa toda la verdad.

Los que lean esto tienen que conocer lo que también pasó conmigo.

Se torna doloroso siquiera pensar en lo que me hicieron esas monjas. Las aborrezco a cada una de ellas, aunque Dios Nuestro Señor me castigue aún más por cargar con dicho sentimiento. ¡Las odio! Tengo grabado cada nombre, cada rostro y cada mueca de regocijo. Ellas vuelven a mí cuando llegan las malas noches de insomnio.

De lo único de lo que estoy segura es que se merecían lo que les pasó.

Me arrastraron entre cuatro monjas, luego me encerraron en la mazmorra fría y tan aislada que los gritos se silenciaban en el pasillo de salida.

En ese momento pensé en la monja que reposaba desnuda y muerta en el formol.

Me pregunté si me harían eso a mí también. Por un instante imaginé que estaba en su lugar, nadando en el limbo, perdida porque no encontraba el eterno descanso. Yo era ese cadáver de la mujer ultrajada y abandonada, tan abandonada como nunca antes me sentí.

Sé que fui una tonta al pensar que solo me matarían y ya.

¡No! Aurora no iba a permitir que su presunta asesina solo muriese sin más. Ella armó mi castigo y no le costó ni diez minutos hacerlo.

El Beso de la Monja © Disponible en AmazonDonde viven las historias. Descúbrelo ahora