El destino por el que el Sarah Potter estaba marcada acaba de dar un giro de 180 grados. Para embarcarse en la mayor y más peligrosa aventura vivida hasta ahora, Sarah se ve obligada a perdonar al amor de su vida. Sin él, no se siente capaz de parti...
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Hubo un estremecedor instante de silencio en el cual la conmoción de lo ocurrido quedó en suspenso. Y entonces el tumulto se desató alrededor de los mellizos: los gritos, los vítores y los bramidos de los espectadores hendieron el aire.
El implacable sol del nuevo día brillaba ya en las ventanas cuando todos se abalanzaron sobre los muchachos. Los primeros en llegar a su lado fueron Draco, Ron y Hermione, y fueron sus brazos los que los apretujaron, sus gritos incomprensibles los que los ensordecieron. Enseguida llegaron Ginny Neville y Luna, y a continuación los Weasley y Hagrid, y Kingsley, y McGonagall, y Flitwick, y Sprout...
Sarah no entendía ni una palabra de lo que le decían, ni sabía de quién eran las manos que lo agarraban, tiraban de ella o trataban de abrazar alguna parte de su cuerpo. Solo quería besar a Draco Malfoy. Así que lo hizo, allí frente a todos, frente a Narcisa y Lucius Malfoy.
Pero ya habría tiempo para aclarar las cosas con los padres del rubio, tendrían años para hacerlo. Mientras tanto debían conformarse con mirar y tal vez anhelar.
El sol fue ascendiendo por el cielo de Hogwarts y el Gran Comedor se llenó de luz y de vida. Los mellizos se convirtieron en parte indispensable de las confusas manifestaciones de júbilo y de dolor, de felicitación y de duelo, pues todos querían que estuvieran allí con ellos, que fueran sus líderes y su símbolo, sus salvadores y sus consejeros. Pese al cansancio, tenían que hablar con los desconsolados, cogerles las manos, verlos llorar, recibir sus palabras de agradecimiento. A medida que transcurría la mañana, iban llegando noticias: los que se encontraban bajo la maldición imperius —magos de todos los rincones del país— habían vuelto en sí; los mortífagos que no habían sido capturados huían; estaban liberando a todos los inocentes de Azkaban; a Kingsley Shacklebolt lo habían nombrado provisionalmente ministro de Magia... El cadáver de Voldemort fue trasladado a una cámara adyacente al Gran Comedor, lejos de los cadáveres de Tonks, Lupin, Colin Creevey y otras cincuenta personas que habían muerto combatiéndolo.
La profesora McGonagall volvió a poner en su sitio las mesas de las casas, pero ya nadie se sentaba según la casa a que pertenecía, sino que estaban todos entremezclados: profesores y alumnos, fantasmas y padres, centauros y elfos domésticos. Firenze se recuperaba tumbado en un rincón, Grawp contemplaba el exterior por una ventana rota, y la gente comía entre risas.
Al cabo de unas horas, Sarah se sentó, más agotada y exhausta que nunca, en los escalones del vestíbulo al lado de Draco. Sus padres estaban en un rincón del Gran Comedor, solos y sin saber qué debían hacer, pero nadie les hacía caso.
—¿Has hablado con ellos? —le preguntó Sarah.
Él sacudió la cabeza y se pasó los dedos por el pelo, nervioso.
—Quiero ir y abrazar a mi madre —confesó Draco—, pero él está con ella y me... me preocupa lo que vaya a decirme.
—Escúchame —Sarah lo obligó a mirarla—: tú no necesitas más su aprobación, eres libre. No has sido nunca tan libre como ahora. Si él quiere aceptarte tal y como eres ahora, muy bien. Pero si no quiere, no necesitas moldearte a su gusto como llevas haciendo toda tu vida; él se lo pierde. No le necesitas.