9. Apoyo

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9. Apoyo 

El vuelo había sido tranquilo, estuvo bien mientras atravesaban el océano. Su hija se comportaba, sabía que la menor se encontraba triste también por todo lo acontecido en esos últimos días pero iba manejando muy bien sus emociones y eso la tenía orgullosa de su pequeña. Ni siquiera las habían dejado disfrutar del final de sus vacaciones, ya que su regreso estaba programado para dentro de un par de días. Esos días que aun no tenía porque regresar a la oficina…

Llamo a su casa para avisar que ya habían llegado, a penas su madre había escuchado su voz sospecho que algo había pasado para que adelantaran su regreso sin una “razón” aparente.

Iban en el taxi rumbo a la casa para dejar las maletas, ahora fue su padre quién le llamo para invitarla a quedarse esos días extras con ellos, “además ya casi se acercan las fiestas” había dicho su padre. Leslie sospecho que su madre estaba detrás de esa invitación y aunque su padre decía que era para pasar más tiempo con su nieta, a quien en verdad casi no veían por los horarios que tenía para la menor. Termino aceptando nada más para poder hundirse en su miseria sin que su hija la viera tan mal, en casa de sus padres podía dejarla esos días mientras ella regresaba sola a su propia casa y pasaba superando aquello sin que nadie se diera realmente cuenta.

Pero Leslie no contaba con el agudo sentido visual de su madre, que nada más verla bajar del taxi y tras el respectivo abrazo de bienvenida le acuno el rostro con sus manos cálidas y la miro como solo una madre te traspasa hasta el fondo.

Ni siquiera se dio cuenta de cuando las lágrimas ya estaban mojando su rostro mientras era observada por su copia entrada en años y con algunos kilos demás sin verse mal, conservada con solo unas hebras plateadas moteando su cabello castaño.

Rosy Garza de Duran era una mujer con un carácter tranquilo la mayor parte del tiempo, pero sus hijos y esposo sabían que en verdad era mejor no hacerla enojar. También sabían Leslie y sus hermanos que siempre estaba para apoyarlos y consentirlos si lo necesitaban a pesar de ser adultos.
El abrazo que le daba a su hija en ese momento pudo con las deficientes barreras que se puso en el transcurso del vuelo para fingir que todo estaba bien, su corazón de madre le advirtió que convenciera a su hija menor de regresar a casa.

Y teniendo la prudencia (o tacto) que se gana con los años solo la abrazó nuevamente un poco más fuerte y le susurró al oído…

-Vamos dentro mi niña, después de una taza de chocolate de fresa me platicarás que les sucedió solo si es lo que quieres – le dijo tranquilamente su madre mientras le quitaba la maleta de mano que llevaba aun sin poder soltar. Aquella bolsa de viaje con la que había escapado tan deprisa por la tonta idea que las protegería, no pudo evitar la mueca de resignación al ver a su madre adelantarse hacía el interior de la casa.

Leslie con una media sonrisa, aun limpiando su rostro de la humedad se de dejó llevar al interior de la casa donde había crecido, donde perduraba siempre el olor a comida casera que su madre siempre tenía lista para cuando sus hijos iban de visita.
La sensación de tranquilidad recorrió su cuerpo al ver a su hija tan sonriente con su abuelo, su pequeña era feliz cada vez que pasaban por la casa de sus padres, Ada amaba los retratos en la escalera donde ponían sus padres las imágenes más graciosas dentro del crecimiento de sus tres hijos, siendo Leslie la que más gracias hacía de pequeña, por lo que sin proponérselo realmente tapizaba la pared.

Además del hecho de ir siempre a la cochera con su abuelo para ayudarle a ensamblar cualquier cachivache se estuviera creando en ese lugar.
Su padre al ser ya un jubilado pasaba su tiempo con todo tipo de pasa tiempos, armando rompecabezas, coches de colección en miniatura y algunos nuevos eran robots en miniatura. También arrastraba a su pequeña nieta en partidos de ajedrez que motivaban a la menor a darle pelea en cuanto a estrategias mentales se trataba. Era entretenido ver esto último por el contraste en edades; la experiencia y madurez de los años, contra la juventud y plenitud mental.
Por eso no dudo mucho en ir, no era opción rechazar semejante oportunidad; además a su pequeña le serviría como distracción estar ahí arropada por sus abuelos y ella también robaría algo de atención.

Fugaz entre mis manosDonde viven las historias. Descúbrelo ahora