Pesadillas.

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—Qué pudo cambiar en cuánto, ¿un mes?, para que se sientan tan atraídos el uno por el otro. —Harry estaba sentado frente a Mika mientras Sarah terminaba de ajustar la máquina ya conectada.

—Es lo mismo que debería preguntar yo con respecto a Sophie. No lo sé Harry, con él me siento del todo bien, olvido que tengo un pañuelo o que estoy muriendo, es como un niño pequeño por la forma en que me hace sentir. Siento mucho cariño por él, se ofreció a escucharme cuando estuve triste, estuvo dispuesto a caminar sin rumbo y a comprar un libro que yo de tonta extravié.

—¿Cómo un mejor amigo?

—No, ese puesto está ocupado desde hace mucho tiempo. Es como cuando abres un paquete de golosinas, lo tienes en tus manos, pero no es lo mismo cuando lo saboreas.

—No necesitaba que fueras tan específica.

—Idiota, no me refiero a saborear, saborear, vele el lado metafórico al asunto.

—Es difícil cuando hablas de saborear y sé que lo besaste.

—Como quieras, ¿entendiste el fin?

—Algo así, Oliver, Sophie y yo somos el envoltorio y Niall es la golosina —respondió fingiendo que no entendía para exasperar su amiga, pero si comprendía.

—Eres muy difícil Harry, creo que te lo ha dicho hasta tu madre.

—Ya, no es necesario que lo repitas tanto—dijo en un tono exagerado y prosiguió—, ¿esto dura tanto como la anterior?

—Dos horas y media, y esta es la penúltima, la última será el lunes, con eso me libro por los próximos tres meses o algo así.

—¿Te tienen que sacar el catéter?

—Depende si sigo con el tratamiento, el mismo lunes tengo una cita con el doctor, me da resultados de los exámenes pendientes. —Su tono era relajado comparado con como se sentía tan sólo al pensarlo.

...

Todo se veía oscuro, como si hubiera habido un gran apagón en la ciudad, ella creía saber por donde caminaba pero al momento en que pudo ver la numeración de las casas se dio cuenta de que no conocía aquellas calles en las que dejaba sus pasos.

No habían ladridos de perros, ni gente con linternas, ni un sólo auto vagaba por la noche a la cuál le faltaba un factor importante: la luna.

Mika se vio descalza después de un buen tramo caminando, pero no comprendía absolutamente nada ya que no recordaba si quiera haber salido de su casa. No tenía sus llaves ni su teléfono y por cada poste de luz que pasaba pensaba en cuánto se alejaba de su casa. Sus manos estaban heladas y blancas, para verlas tuvo que ponerlas casi sobre su cara y volvió a tener aquel escalofrío que recorría cada vértebra de su columna.

Un llanto.

Un árbol al final de la calle.

Un niño sentado sobre él.

El asfalto estaba húmedo, como si hubiera dejado de llover hacía muy pocos momentos. No supo de donde sacó el valor —ni las fuerzas— para correr hasta al árbol, sólo para preguntar en donde rayos se encontraba.

Era un niño pequeño quien cubría su cara con ambas manos, soltaba pequeños sollozos y tenía temblores repentinos en el cuerpo. Quiso tocarle el hombro para que se diera vuelta y ver su cara, pero cuando lo hizo no se inmutó. Fue como si la luz se hubiera prendido de pronto y se encontró con que era Danhy quien lloraba desconsoladamente y con cada palabra que ella intentaba entregarle, se esfumaba antes de llegar llegar a los oídos de su pequeño hermano.

La chica de los mil pañuelos.《Niall Horan》|corrigiendo|Donde viven las historias. Descúbrelo ahora