Minino Perdido

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12

'Metamorfo'.

La palabra se repetía en su cabeza en bucle.

Lo había escuchado en la televisión, se lo explicaron en la escuela y oía a sus amigos jugar con aquella palabra y, sin embargo, no lograba digerirla de forma apropiada.

—¿Es una broma? —Preguntó el hombre con el ceño notablemente fruncido—. ¡Esto debe ser un maldito error!

Un error. No, no creía que pudiese serlo. Tenía los síntomas pero decidió ignorarlos. No era un humano, no era un teriomorfo, no era alguien normal.

Se volvió a su madre cuando la escuchó sollozar bajo. Gruesas lágrimas de tristeza se deslizaban de sus bellos ojos esmeraldas y rodaban por sus blancas mejillas.

Adrien odiaba verla llorar, pero odiaba más que fuese por su causa.

—Lo lamento mucho, señores Agreste. Pero es lo que los estudios arrojaron. Su hijo es un metamorfo —repitió el médico con franqueza—. Es natural que algunas personas no presenten su estado en la infancia. Hay quienes viven toda su vida sin saberlo. Pero no se preocupen, si Adrien crece sin hacer uso de sus habilidades, podrá vivir hasta los treinta años —sonrió, como si les comunicara la noticia más feliz del mundo.

Gabriel lo observó con ira, lo que intimidó al hombre y le hizo desviar la vista.

—¿No cree que es un poco tarde para ese consejo? —Inquirió mientras respiraba de forma agitada por el enojo—. ¡Cuando mi hijo era más pequeño nos dijeron que era un teriomorfo! ¡¿Qué tan incompetentes son para no notar la diferencia?!

El doctor se puso nervioso una vez que Gabriel azotó ambas manos sobre su escritorio. Las gafas se le desacomodaron y no tardó en temblar con ligereza.

Emilie se percató del estado colérico de su esposo, se levantó para tomarlo del brazo y sugerirle que salieran de allí, pues eran claras sus intenciones de golpear al médico.

La mujer tomó a su hijo de la mano y los tres salieron del hospital con el enfado, la tristeza y la confusión reinando en sus mentes.

De un instante a otro, sus vidas habían cambiado de forma abrupta.

[...]

El ambiente familiar se tornó lúgubre en casa.

La preocupación e impotencia que sentían sus padres era notoria para el chico.

Incluso si se encerraba en su habitación por horas, la soledad y la tristeza estaban presentes.

Su padre no tardó en prohibirle muchas cosas, desde ir a la escuela hasta salir de la mansión. Quería tenerle vigilado, de modo que Adrien no pudiese transformarse por un descuido.

Su único entretenimiento era leer, leía libros policiacos con grandes detectives que lograban resolver complicados casos en cuestión de un par de páginas. Le gustaba imaginarse como uno de ellos, saliendo a ayudar a las personas con un fiel ayudante y amigo a su lado.

Gabriel, en cambio, lucía más alterado con cada día que pasaba. Se le veía poco en casa y pronto descubrió que buscaba una cura para su estado. Se había sumado a la investigación de su tía, por lo que pasaba el mayor tiempo afuera.

Su madre se volvió su única compañía, pero incluso Emilie se desaparecía en ocasiones. Le entristecía ver a su hijo sabiendo que no podría llevar una vida larga y feliz. Así que se encerraba en su habitación para llorar en silencio.

Misterios en París (Lukadrien)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora