"Gira, gira carrusel tus ruedas de cristal. Recorriendo mil caminos, tú destino encontrarás".
-Lakewood, febrero 03 de 1912-
Los pasajeros dentro del carruaje de los Britter se encontraban sumergidos en un trémulo silencio, que conforme avanzaban los minutos, se le antojaba extrañamente irritante a la señora Britter. Por centésima vez en los últimos cinco minutos, Candy alisó la falda del vestido, mientras que Anne acomodaba el moño rosa que lucía en su cabeza. El silencio, ahora le parecía una anomalía, puesto que desde que sus dos niñas habían pasado a ser parte del hogar, muy pocas veces se podía disfrutar del silencio. La mujer se percató con cierta gracia, como Candy parecía estar recitando las reglas de etiqueta en su mente, articulando con su boca palabras inaudibles.
- Niñas, tranquilícense un poco. Todas hemos trabajado arduamente en su educación y comportamiento en los últimos años. No hay que temer, todo saldrá bien- dijo Jane intentando llamar la atención de sus hijas.
Un par de ojos verdes, y otro de un azul oscuro la miraron unos segundos y luego volvieron a la misma inquietud.
- Mamá, ¿pero y si lo notan? ¿Y si alguien sospecha que nosotras no...? - Anne pareció tener un ataque de pánico al preguntar, pensando en todo tiempo de escenarios catastróficos.
- Eso no ocurrirá-. Dijo con voz nerviosa y alterada la señora Britter, para continuar más calmada. -No pasará, nadie sabrá nada. Al menos... mientras guarden el secreto-
Anne asintió tranquila. Candy, por otro lado, intentó reprimir una mueca de insatisfacción y desacuerdo. Ella no podía entender que tenía de indecente ser huérfana. No había decidido serlo o crecer en un lugar humilde, y aún aquello no era deshonroso. La única razón por la que asintió cuando su madre la miró, fue Anne.
- Prometo no decir nada y comportarme mejor que nunca en casa de los Legan- dijo desviando la vista, sintiéndose terrible al sentir se estaba traicionando a sí misma.
La señora Britter la miro unos segundos preocupada. No creía que ninguna de sus dos hijas, entendieran la verdadera gravedad que había en su condición. Solo le quedaba suplicar al cielo que la verdad se mantuviera oculta, sino para siempre, al menos hasta que ambas estuvieran casadas en un matrimonio adecuado.
El carruaje aparcó y Jonás, el joven que había sido contratado recientemente, se apresuró a ayudar a bajar a las damas Britter. La señora fue la primera en bajar.
- ¡Señora Britter! Es un gusto volver a verla, dígame ¿en dónde están esas bellas niñas suyas de las que tanto he oído? – se escucho preguntar a una melodiosa voz de mujer, que Candy intuía, era la señora Legan.
- Señora Legan, gracias por recibirnos. Claro que traje a mis hijas. ¡Niñas, no sean tímidas, bajen! –
Anne soltó un suspiro para tranquilizarse y luego poniendo su mejor sonrisa bajo. Candy pudo escuchar aún adentro del carruaje los halagos que su hermana recibía, y sintió que sería incapaz de salir. Nerviosa, llevó su mano al bolsillo de su vestido y sintió el frio metal de la cadena del crucifijo que siempre llevaba con ella. Entonces, bajó del carruaje.
La señora Legan, era sin duda una mujer bella de ojos rubíes indescifrables. A cada lado de ella, se encontraban dos chicos, ambos trigueños y con los mismos ojos que su madre. Todos ellos parecían irradiar elegancia y frialdad, a opinión de Candy.
- Tiene unas hijas bellísimas. Les doy la bienvenida a las dos a Lakewood – dijo Sara Legan.
- Gracias por recibirnos señora Legan- dijeron a la par ambas hermanas dando una corta reverencia.
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La hija de los Britter (Candy White por siempre I)
Fanfiction¿Que hubiese sucedido si Candy hubiera decidido ser hija de los Britter? ¿Cómo cambiaría una sola decisión la vida de Candy? ¿Qué habría cambiado en el fatídico destino de Anthony? ¿Será que aún quedaba un camino para que compartieran un solo destin...