Capítulo 2: Un dulce por venir

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"En mi ventana veo brillar las estrellas muy cerca de mí, cierro los ojos, quiero soñar con un dulce porvenir"

-Chicago, enero 17 de 1912-

La figura veloz de un caballo y su jinete atravesaban la villa de los Britter con gracia y agilidad. El corcel era blanco y bello, muy dócil con su jinete, que era nada más y nada menos que una niña. Con sus cabellos dorados atados en dos coletas, y un sonrojo en sus mejillas tersas que le daban un aire coqueto, la niña parecía comenzar a florecer, convirtiéndose poco a poco en una jovencita.

La niña detuvo el caballo cuando llegó al establo, y dándole unas caricias lo metió a su corral para luego entrar por la puerta trasera con premura. Había llegado exacta a su casa, pero aun debía cambiar sus ropas de montar que estaban algo sucias. Rogaba por ser lo suficientemente rápida. Los sirvientes que la vieron pasar, hicieron como que no la veían pese que a uno que otro se les escapó una sonrisa al ver que la adorable criatura de nuevo parecía encontrarse en una de sus travesuras.

- ¡Candice Britter! ¿Pero qué haces aquí niña? Vi pasar a tu hermana hace un momento hacia la biblioteca, ya deberías estar lista, ¡tu madre te regañara otra vez! - la regaño Martha poniendo las manos en su caderas anchas, mirando a Candy con una expresión de reproche.

-Perdona Martha, lo que pasa es que escuche que Kelly no había venido a trabajar porque tenía algo de fiebre y me preocupe por ella, me levante temprano para ir hasta la finca y recoger una planta que seguro la ayudara a aliviarse. Creí que llegaría a tiempo, pero me tomó más tiempo del que pensé que me tomaría. Hablando de eso, ¿podrías hacerle llegar las plantas a Kelly? - Candy se explicó con cierta vergüenza rogando porque le ayudara.

Martha la miró con disimulada sonrisa y asintió recibiendo las dichosas plantas, para después apresurar a la rubia e instarle que subiera a cambiarse.

- Muchas gracias- dijo risueña Candy para irse corriendo a su habitación.

Martha la miró irse con una sonrisa. Ella llevaba mucho tiempo siendo la cocinera de la noble casa de los Britter, así que conocía muy bien a los señores y se alegró al saber que adoptarían a ese par de niñas que el señor Britter había rescatado. Desde el primer momento en que ambas aparecieron, Candy había demostrado ser muy distinta a lo que se esperaba en una señorita, y pese a todos los esfuerzos de la señora Britter porque se comportara de mejor manera, la niña no conservaba las buenas costumbres por mucho tiempo y su naturaleza fresca y salvaje salía a la luz. Recordó con gracia la primera mañana que las niñas pasaron en la casa de Chicago, cuando muy temprano por la mañana, todos los sirvientes se asombraron al ver que una de las herederas de los Britter ya había preparado el desayuno y se encontraba llena de harina.

Candy era diferente y algo traviesa, ocasionando que la señora Britter la reprendiera constantemente de manera severa. A ninguno de los sirvientes les agradaba presenciar aquello, la mayoría de las veces las travesuras de Candy no eran hechas con malas intenciones, solo se trataba de una incomprensión de la niña de la niña a las reglas de la gente rica. Martha rogó porque Candy no se retrasará mucho y no recibiera otro regaño.

En el piso de arriba, Candy entro a su habitación y corrió a cambiarse de ropa poniéndose el primer vestido que encontró en su armario. Su madre solía darles lecciones de etiqueta, literatura, geografía, y alguna que otra vez matemáticas. El salón de clases era la biblioteca, y tanto Anne como ella, eran citadas en punto de las ocho para tomar las clases. Corrió al otro lado de la habitación en dirección a su tocador para buscar un peine en un intento vano por dominar sus rizos dorados. Abrió el cajón buscando entre sus cosas, pero sus ojos se detuvieron en un objeto brillante y hermoso, el broche del príncipe de la colina.

La hija de los Britter (Candy White por siempre I)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora