𝐄𝐋 𝐁𝐔𝐋𝐋𝐈𝐂𝐈𝐎 𝐃𝐄𝐋 𝐀𝐄𝐑𝐎𝐏𝐔𝐄𝐑𝐓𝐎 resonaba en los oídos de Emily mientras se dirigía a la puerta de embarque. Con el corazón latiendo con fuerza, observaba a su alrededor, tratando de absorber cada detalle de su entorno. Los anuncios de vuelos, las conversaciones en varios idiomas y el constante movimiento de los viajeros creaban una atmósfera caótica pero fascinante. Sus padres caminaban delante de ella, llevando consigo el equipaje de mano, mientras su hermana Taylor, con su característica energía desbordante, no paraba de hablar sobre lo emocionada que estaba de mudarse a la nueva ciudad.
—¡No puedo creer que finalmente estemos yendo a San Francisco! —exclamó Taylor, prácticamente saltando de alegría.
Emily, sin embargo, tenía sentimientos encontrados. Por un lado, estaba emocionada por la aventura que se avecinaba, pero por otro, el miedo a lo desconocido la embargaba. Dejar atrás su hogar, sus amigos y todo lo que conocía era un desafío enorme.
—¿Estás bien, Emily? —preguntó su madre, volviendo la cabeza para mirarla con preocupación mientras ajustaba la correa de su bolso.
—Sí, mamá. Solo estoy un poco nerviosa —respondió Emily, tratando de esbozar una sonrisa tranquilizadora.
Taylor se acercó y le dio un suave empujón en el hombro.
—¡Vamos, va a ser genial! Además, tenemos una nueva casa increíble. ¡Y quién sabe qué aventuras nos esperan!
Mientras avanzaban por el aeropuerto, pasaron junto a tiendas llenas de souvenirs, restaurantes con olores tentadores y personas de todas partes del mundo. Emily se detuvo un momento para observar una tienda de libros, preguntándose si debería comprar algo para el vuelo. Decidió entrar y después de unos minutos de búsqueda, eligió una novela de misterio que había estado queriendo leer.
—¿Todo listo? —preguntó su padre, sonriendo mientras le ofrecía una botella de agua.
—Sí, creo que sí —respondió Emily, agradeciendo el gesto.
Pasaron el control de seguridad, donde tuvieron que quitarse los zapatos y colocar sus pertenencias en bandejas para ser escaneadas. El proceso fue tedioso, pero finalmente lograron pasar sin contratiempos. Mientras esperaban en la sala de embarque, Taylor seguía hablando sin parar sobre las cosas que quería hacer en San Francisco: visitar el Golden Gate, pasear por Alcatraz y explorar Chinatown.
Emily trató de compartir el entusiasmo de su hermana, pero el nudo en su estómago seguía presente. Miró su reloj varias veces, sintiendo que el tiempo avanzaba lentamente. Después de lo que parecieron horas, finalmente llegó el momento de abordar el avión.
