XXII

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Capítulo 22.

“La Ouíja ”.

«Impresión.»


Miro el cielo nocturno despejado, sin ninguna espesa nube, sin señales de la hermosa y resplandeciente luna, ni tampoco puedo ver aquellos puntos brillantes del cielo que se encuentran a millones y millones de kilómetros de aquí. Sin embargo la fresca y helada brisa de la noche abraza mi cuerpo y golpea mi rostro con vehemencia, haciendo que me abrace a mí misma y sin poder evitarlo comienzo a tiritar. Hace frío.

Me levanto del césped y camino hasta una silla tumbona para acto siguiente sentarme relajada. Miro la piscina, observando como el agua se deja llevar por la corriente del aire. Cierro los ojos e inhalo profundamente, llenando mis pulmones de aire fresco, no obstante un olor diferente se mezcla con el viento, haciéndome arrugar la frente y la nariz.

«Huele a tabaco.»— Pienso asqueada al inhalar ese fuerte y desagradable olor.

Abro los ojos y me levanto de la silla a ver de donde viene esa peste. Camino algunos pasos dejándome guiar por ese repugnante olor y me doy cuenta de que proviene de la casa que está a nuestro lado, nuestros vecinos. Al parecer están todos reunidos en el patio de su casa bebiendo y fumando, mientras escuchan música movida.

Me quedo a sólo unos pasos de nuestra cerca de madera, observándolos sin mucha alegría. Puedo ver perfectamente que la están pasando muy bien, todos ríen, hablan, beben algún tipo de Whisky, y fuman tabaco. Hay aproximadamente como veinte personas, siendo la mayoría hombres. Miro como algunos escupen encima de las flores, y otros pisotean el casi acabado tabaco encima del verdoso y lindo césped. —«Que desagradable.»— pienso con una mueca.

No muy lejos de su reunión, observo un lindo árbol frondoso que se encuentra en el mismo terreno de mis vecinos. Hago otra escueta mueca al mirar como un hombre medio borracho me da la espalda y comienza a orinar sobre el tronco del árbol. Suspiro y no puedo evitar recordar un comentario que escuché decir a uno de mis compañeros allá en la facultad de Psicología.—; El mundo es un lugar hermoso, sin embargo, nosotros las personas nos encargamos de ensuciar y opacar su belleza. — Puede que suene algo naturalista, pero tiene razón, toda la razón. El mundo si es un lugar bello, no obstante nosotros no apreciamos eso, terminamos destruyendo su belleza. Evitando así, poder apreciar las facciones que el mundo y claro, la naturaleza, nos muestra.

Siento una mano acariciar mi cabello, haciéndome dar un Respingo y también haciendo que reaccione de mi ensimismamiento. Me tranquilizo al saber que es mi madre.

—¿En qué pensabas querida?— Pregunta, mientras por inercia mira en la misma dirección que yo miraba hace sólo unos momentos.

—En el mundo y en nuestra ceguera como seres humanos por no apreciar lo bonito de la naturaleza.—Le respondo con una pequeña sonrisa. Ella sin dejar de apreciar el árbol frondoso, suspira. Mi madre la considero algo naturalista ya que cuida muy bien sus plantas, e incluso animales que ve por allí en la calle. Aunque tampoco somos tan naturalistas, ya que nos encanta comer la carne de cerdo, de vaca y de pollo.

—Hija...nosotros como personas no somos perfectos. Tenemos demasiadas imperfecciones. Simplemente la sociedad se rige por opiniones diferentes, hay personas que piensan como tú, como hay otras que sólo les dará igual tu opinión. Como hay otras que en verdad les vale un pepino pisotear nuestro entorno. Hay gente buena como gente mala mi niña. Y no sé como sea la madre naturaleza, pero imagino que debe ser tan o más estricta que las reglas, creo que también es por eso que nos castiga con desastres naturales, simplemente por no respetarla, o darnos igual su presencia. Sabes el otro día estaba comentando algo parecido con nuestra vecina de enfrente, y ella me había contestado lo siguiente: El mundo es oscuro, frío y cruel. Y en la más mínima esperanza de luz, lo destruye. Ella hacia referencia a nosotros los humanos como la peste de la naturaleza.— La miré por varios segundos sin decir nada.

"La Ouíja"©Donde viven las historias. Descúbrelo ahora