Capítulo 8

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Junior



A menudo me siento orgulloso de contar en mi haber con la capacidad de ser racional y sensato. La mayoría de los días puedo decir con la boca llena que actúo en base a lo que es mejor para cada situación. Pragmático. Tranquilo. No demasiado impulsivo. Sin embargo, aquí estoy, pidiéndole a Emily que se venga a vivir conmigo. Y lo peor, sin duda, no es eso, sino que, de alguna enrevesada manera, en mi cabeza tiene toda la lógica del mundo. De hecho, tiene tanta lógica que estoy seguro de que, si no piensa como yo, me ofenderé un poco. Tengo razón en esto. Puede que Emily no lo vea porque está nerviosa por toda la situación, pero tengo razón. No está siendo feliz, y el pensamiento me tiene tan agobiado que apenas consigo quitármelo de la cabeza. No debería, lo sé, porque a fin de cuentas Emily no es responsabilidad mía, pero es que... es que quiero que sea feliz. De verdad quiero que disfrute esta experiencia y me parecería una pena que no lo haga solo porque no consigue encontrar el equilibrio y no comprende que lo que mi familia hace lo hace por eso, porque somos familia, y no por caridad. Ella no va a exigirle a mis padres nada. Ni siquiera un bollo de chocolate, si se le antoja. Conmigo, en cambio, nunca ha tenido problemas para expresarse. Me ve como a un igual y no como a una especie de padre, como puede ver a los míos. Probablemente tendría la libertad de hacer la lista de la compra y no dudaría a la hora de añadir lo que quisiera, ni se preguntaría si debería poner la tele en el salón por si me molesta. Estoy seguro de que a Emily le resbala bastante molestarme en ese sentido. Por eso y por otras muchas razones, tiene que venir conmigo, pero tampoco quiero obligarla o que acabe pensando que molesta en casa de mis padres y esto es un complot para sacarla de allí.

Dios, esto se está complicando tanto que no sé si roza lo absurdo o lo divino.

—¿Y bien? —pregunto mientras ella no deja de mordisquearse el labio inferior.

Y qué labio inferior, joder.

Un momento. ¿Qué...?

—No sé cómo podría decirles a tus padres que no quiero su hospitalidad. Han sido demasiado buenos conmigo.

—Pues es tan fácil como decirles que necesitas calma para estudiar y en casa, con Ethan y Daniela, además de Adam y tu hermana, no la encuentras.

—No quiero decir eso. La casa es enorme y los chicos nunca me molestan. ¡Y mi hermana menos!

—Vas a necesitar concentración y silencio para relajarte.

—La casa de tus padres es enorme.

—Y siempre hay gente.

—Pero es enorme.

Contengo la respiración y cuento hasta diez en silencio. No puedo perder la calma. Está nerviosa, así que será mejor que me ande con pies de plomo.

—Tú decides, Emily. Yo no te obligo a nada. Solo te doy una opción que creo que podría venirte bien, pero no estoy en tu cabeza y eres tú quien tiene que decidir. No puedo convencerte para que te arrepientas al cabo de un par de días.

Ella sonríe con dulzura. Con esa dulzura que tan poca gente tiene. A menudo he pensado que es la sonrisa de Amelia. De hecho, a menudo, cuando pienso en Emily, pienso en lo increíble que es que tenga rasgos tan marcados y, a la vez, tan parecidos a su familia, y no solo a sus padres. Tiene la sonrisa de Amelia, la tozudez de su madre y la honestidad de su padre. Pero, además, adora la música tanto como Marco y el mismo tipo que suele oír Álex, y si tiene el día malo es capaz de envararse tanto como Esme. Es un combo jodidamente perfecto de las personas que componen su vida. Ya sea por genética o costumbre, es alucinante.

Tú y yo, aunque arda el mundo Donde viven las historias. Descúbrelo ahora