Epílogo: Remember the Time

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Aunque en algún momento de su juventud, la dulce pareja pensó que el apartamento que Kakyoin había adquirido sería su morada definitiva, no tuvieron en cuenta los múltiples e insospechados giros que la vida daría para ellos. No sería su primera mudanza ni la última, aunque sí su estancia más duradera. Habían pasado cosas tan bellas en esa costa y ambos siempre lo atesorarían como un recuerdo muy preciado.

Pero el sitio que al parecer les aguardaba al final lucía mucho más cercano a las casas en las que Jotaro había vivido de niño. Kakyoin pensaba que era una casa típica de película, con paredes de ladrillo rojo que le daban un punto medio entre vintage y sofisticado. Su amado sabía que era la casa que se merecían, le dio mucha atención a la construcción de una elaborada y amplia cocina, un luminoso estudio repleto de materiales que compartían por su profesión y una habitación digna de ser llamada nidito de amor.

Y tenían a esa elegancia ubicada en Estados Unidos.

Sí, bastante irónico para Kakyoin el haberse dejado convencer por Jotaro de abandonar su país. Pero él lo había tenido años de años en Japón, apenas si habían vuelto a Norteamérica para casarse legalmente y por la infaltable visita a la familia.

Además, ya estaban muy mayorcitos para el constante ajetreo de esos viajes. A sus 57 años, él prefería tomar un Uber antes que un vuelo de horas y horas.

No era como si Jotaro y él no hubieran paseado muchísimo por el mundo. Cada que se levantaba de la cama para preparar su desayuno, atravesaba pasillos llenos de fotografías cargadas de recuerdos. Nueva Delhi, Venecia, el Golfo de México, tantos sitios tan espléndidos a los que habían ido tanto por trabajo como por visita. Ambos siempre tenían algo qué contar durante las cenas familiares.

Pero esa mañana, Kakyoin solo quería pensar en qué infusión relajante tomaría tras el estrés de la semana. La casa estaba tan limpia, los floreros con flores frescas y todo eso lo inspiraba mucho más. Sabía que la responsable era la asistenta del hogar que estaba a punto de hacer el desayuno.

-Buenos días, Phoebe.

-Buenos días, señor Kakyoin.

-No es necesario que prepares eso, ¿sabes? Me gustaría hacerlo yo.

-El señor Kujo siempre me pide que le diga que no se preocupe.

Kakyoin rió.

-Sin embargo al señor Kujo siempre le gusta comer mi desayuno.-Soltó la ironía-Insisto en que quiero hacerlo.

-¿Seguro, seguro?

-Sí.-Kakyoin avanzó para tomar el control de la cocina-Además, después de una semana entera dando clases, me gusta relajarme en casa y hacer mis cosas a mano.

-Eso es genial, señor. Es usted muy hábil...

-Pese a estar viejo, sí. Aunque ya no soy tan ágil.-Bromeó.

Tras despedirse de la muchacha, se puso a picar algo de verduras para sus clásicos omelettes del sábado. Las conversaciones no le sentaban mal, pero a primera hora de la mañana lo que más le satisfacía eran esos pequeños sonidos de una cocina ocupada y cómo todos estos se traducirían en una exquisita fuente para un desayuno de pareja.

Fue escaleras arriba y empujó la puerta con su cuerpo para luego pasar. Aquella masa humana enredada entre las colchas lo recibió con un revoloteo, Jotaro ya había olido lo que se traía entre manos y sus sentidos empezaban a despertar.

El pelirrojo se acomodó en su espacio de la cama y le susurró.

-Voltea con cuidado, tengo la comida.

Differences Are Good Bricks To Build Up A House; 「Jotakak AU」Donde viven las historias. Descúbrelo ahora