Cuando un soldado sale al campo de batalla, existen muchos pensamientos en su mente. Los hombres comunes son incapaces de afrontar la muerte con la mente despejada, pero ese no era mi caso ni el de mi pelotón; y es que, si bien éramos soldados, en realidad no éramos humanos. Quizá fuera porque nos arrebataron todo aquello que nos hacía seres humanos durante las mejoras químicas y quirúrgicas en el proyecto Praetorian, aunque yo no me enteraría ese detalle hasta pasados los años de mi deserción. Tuve que esperar mucho tiempo para que descubriera en lo que me convirtieron: un cyborg.
Mi presente ya no es el de un soldado disciplinado al servicio de la Federación. Ahora soy un fugitivo huyendo de las mismas fuerzas que me crearon. ¿Por qué? No solo fue el hecho de ver como el Teniente de mi pelotón ejecutó a la única familia que me quedaba, un camarada de mi escuadrón con quien me crié desde el día que nos reclutaron, siendo niños; no solo fue el hecho de presenciar la muerte de una niña inocente por las manos del mismo oficial quien le disparó en la cabeza solo para demostrar la robótica disciplina que debíamos mostrar; no fue solo que me negase a cumplir la orden de matar a esa niña y que derivó en que mi querido camarada de infancia sacrificara la vida en un vano intento de salvarla. Lo que me convirtió en desertor fue el impulsivo arranque de humanidad que me llevó a matar al Teniente y a huir definitivamente de la Federación. Si bien mi escuadrón, el Escuadrón Praetorian, era célebre por sus infalibles soldados robóticos y sin alma, a algunos de nosotros no nos habían convertido totalmente en máquinas
Pero ser un fugitivo no es nuevo para mí. Ahora mismo mis perseguidores me cazan sin tregua. Llevarme a Kat de la Tierra con rumbo a las colonias lunares es la principal razón del precio que pusieron a mi cabeza. ¿Kat? Ella es un verdadero misterio, pero también un milagro. Su mapa genético contiene la vacuna contra el peor virus que vio la humanidad. No conocí el mundo antes del flagelo del Mesiah, toda mi niñez y juventud la viví con la idea que esa maldita enfermedad era invencible. Sin embargo, Kat parece ser la prueba de lo contrario. Y ahora todos están tras ella. Quieren desarrollar una vacuna para combatir el virus. Pero claro, no lo harían por filantropía. Si alguna de las potencias en conflicto se hiciera con la vacuna, probablemente la usarían para aventajar a sus enemigos y causar tantas bajas como sean posibles; civiles o militares, a los Gobiernos les da igual.
Sandoria es una ciudad grande, una de las colonias más importantes de la Luna. Es aliada de los Federados, pero al menos es un buen lugar para esconderse. Mi meta es llegar a Marte. Se dice que Pangea, Gondwana y Laurasia son gobernadas por un Estado neutral a los conflictos terrestres. Las colonias marcianas son mi única esperanza de poner a Kat lejos de las ambiciones de la Tierra. Pero el viaje es peligroso y ningún navegante quiere realizarlo. La razón es justificable. Nadie que haya viajado a Marte ha regresado para contarlo, y ha sido así durante décadas, desde el desastre del complejo arqueológico Olimpo. Aun así, la incertidumbre de las colonias marcianas es preferible a la certeza de tormento en la Tierra. Y la Luna es escala obligada. Si quieres llegar a Marte, primero deberás pasar por la Luna. Es la regla.
Una calle atestada de gente hacía de escenario. Vendedores gritando, ofertando productos sin orden ni ley. Uno puede conseguir pollo transgénico en el mismo puesto donde se venden baterías de iones para naves espaciales. Allá donde ves ropa también se venden armas. Los suburbios sandorianos son conocidos por llevarse de la "ley del más fuerte".
Kat se había detenido cerca de un puesto, mirando por una vitrina.
—Tenemos que seguir —le dije, tratando de arrancarla de su abstracción.
—Jean, mira —respondió, señalándome con el dedo índice hacia la vitrina.
Había un pequeño prisma de vidrio allí. Supuse que ese tipo de tonterías son muy atractivas para las niñas, y Kat era especialmente sugestionable por las cosas brillantes. Llamé al vendedor y por dos ameros me hice del prisma. Kat me miraba llena de emoción, con sus gigantes ojos citrinos brillando de alegría. Ella sonreía por ambos. Yo no sé sonreír, los soldados no hacemos eso.
Al salir del barullo de mercado, nos internamos bajo la biosfera de Sandoria, hacia calles desiertas y dominadas por la noche lunar. Las estrellas brillaban. Kat las miraba tras su prisma, maravillándose con los colores del arcoíris cósmico que se refractaban por el vidrio.
—Jean, ¿tú crees que lograremos llegar a Marte? —dijo de repente. La miré de reojo y respondí:
—Afirmativo.
—Y si no logras conseguir una nave para viajar, ¿qué haremos?
—La conseguiré.
—¿Y si no es así?
Respiré profundo, me detuve y le señalé hacia una estrella.
—¿Ves esa estrella? —interrogué sin modular demasiado. Ella afirmó con la cabeza—. ¿Piensas que es posible llegar a ella?
—No lo sé, debe estar muy lejos, ¿no?
—Afirmativo. Pero el que sea incierto llegar, no es pretexto para no tratar. Talvez esa estrella esté muy lejos, pero es la más cercana a nuestro Sol con un sistema de planetas capaces de albergar vida. Si no vamos a las estrellas, nuestra especie se extinguirá. Del mismo modo, si no vamos a Marte, no habrá esperanzas de vencer al virus e, igualmente, la humanidad se extinguirá. Quizá no sea seguro que lleguemos, pero lo vamos a intentar.
Kat sonrió y me abrazó tiernamente. Yo me quedé congelado, incapaz, por mi entrenamiento, de corresponderla.
—Mientras esté contigo, me da igual estar en Marte, la Luna, o en una estrella lejana.
—No deberías crear lazos afectivos conmigo, Kat.
—¿Por qué?
—Porque las máquinas no sabemos querer. Eso es cosa de humanos.
—¿Acaso no eres humano?
....
No respondí.
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Fermata
Random(Fermata: figura musical que le indica al ejecutante que existe licencia para improvisar virtuosamente en determinados compases de la partitura y en consonancia de la cadencia armónica) Esta selección de narrativa corta es como una fermata musical...