7. Crónica de una noche de discoteca

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Mención de honor en el Premio Bienal de Culturas, organizado por el Gobierno Autónomo Municipal de La Paz

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Una jarra empañada, llena de fernet helado, me sirve como papel para escribir las iniciales de su nombre. La tinta son los recuerdos que se niegan a ser olvidados y las letras, son como suspiros invisibles en medio de un lugar impuro, impío.

El transcurso de la noche marca su ritmo al son de la música electrónica, la gente disfruta del argumento nocturno como si éste realmente existiera. Ellos bailan, se divierten, ríen, gritan y beben como si nada más en el mundo fuera importante. Desde mi pequeño rincón, en medio del tumulto, me siento como una intrusa en casa ajena, como una extraterrestre lejos de su mundo, como una letra fuera del papel, y voy a la deriva mientras observo a la gente, tratando de no pensar, de no sentir.

En realidad, solo vine para encontrarme con alguien, ese ser tan especial que amé desde el día que lo conocí. Se trata de un chico amable, pero bastante excéntrico. Su vida es el piano y los recuerdos que hicimos juntos. Vive luchando para destruir su mundo de mentiras y aún busca la forma de retornar a su Aldea de Origen. Recordarlo hace que la incómoda espera valga la pena; y mientras lo espero, escribo sus iniciales en la jarra empañada, como si tratara de detener el tiempo y hacer de cada segundo una obra de arte.

Mientras trazo las letras, me remonto a los días en que ambos éramos felices. Eran días de largos conciertos privados de piano, ambos amábamos tocar y nos turnábamos para hacer al piano cantar. Eran días sin dolor, días simples, días de colegio, días de juventud; aquellos eran nuestros días. Remontarme a aquel tiempo me trae a la memoria la melodía del eterno adagio del amor, una melodía eterna que solo puede ser interpretada con el corazón, desenmascarada con la sangre y recreada con el Espíritu. Es una música perpetua, importada a este universo desde nuestra Aldea Original. Ya nadie puede oírla, únicamente se puede recordarla y anhelar volver a escucharla.

La noche avanza y empieza a sonar ese horrible reggaetón que todos adoran bailar y escuchar. Al oírlo siento náuseas que pronto me conducen al baño para vomitar, mas nada sale de mi estómago, solo aire. Sin más remedio que esperar, regreso a mi rincón y me siento para escuchar la conversación de los amigos que accedieron hacerme compañía. Ellos conversan sobre tonterías bastante banales, debaten sobre la disyuntiva de determinar quién tiene el mejor celular y luego hablan de baratijas mentales que no llego a escuchar bien. Trato de intervenir en la charla, pero soy totalmente ignorada. Son gente amable, pero, quizás, demasiado simplona.

Con las horas empiezo a sentir desesperación, mi amado príncipe no llega y hoy me juré a mi misma pedirle perdón por todo el daño que le hice. Las gotas de agua se escurren por la jarra empañada, desfigurando las letras que tracé. Mi angustia pronto se convierte en un mar de dudas y comienzo a pensar sobre las posibilidades negativas de la noche. ¿Qué hago si no viene? ¿Qué hago si no me quiere hablar? ¿Qué hago si no me perdona? ¿Qué hago si siento miedo al verlo?... Nada tiene una respuesta y mientras más pregunto, más me desespero.

Cumbia villera suena por lo alto, grandes turbas de gente palurda se reúne en la pista de baile. Chicas que tratan de provocar el libido de los chicos. Chicos que tratan de convertir a las chicas en sus amantes provisionales. Son personas prisioneras de sus deseos, tratando de satisfacerse con los placebos que ofrece la vida, así hacen su condena soportable. Es cierto, pasé gran parte de mi tiempo haciéndolos sonreír, odio la tristeza y todos merecen reír un poco; y yo fui experta en risas, abrazos y cariños.

Media noche, parece que mi príncipe no vendrá. El humo del cigarro me irritó los ojos y la música fuerte me provocó jaqueca. Además es bastante aburrido estar en una discoteca sin tener a nadie con quien bailar. La gente me ignora, pasa mi presencia por inadvertida y continúa su camino como si estuviera pintada. Sin mentir, ya me acostumbré a la indiferencia de las personas, mis días de ser pianista virtuosa o estrella de los escenarios se terminaron hace años. Incluso estoy privada de hacer reír, dar cariños y abrazar a la gente. Había tomado la decisión de ser olvidada en la noche de los tiempos. No quiero que nadie dependa de mí y eso, singularmente, lo lograré si corto toda relación con todos.

Treinta minutos pasada la media noche y sigo en indiferente soledad. Mi príncipe parece haberme dejado plantada. Triste y resignada a mi fracaso, me alisto para irme, no me despediré de nadie, estaré mejor en mi cotidiano abandono. De repente, escucho su voz en la cercanía. ¡Mi príncipe había llegado!

Lo primero que hace es sacar un cigarrillo y prenderlo, no pensé que habría adquirido el hábito de fumar. Examina la discoteca con la mirada y se acerca a los amigos quienes me acompañaron; al parecer son conocidos suyos. Los saluda amablemente y viene con ellos hasta nuestra mesa. Él también me ignora, parece que está muy molesto conmigo y se rehúsa a hablarme.

Lo llamo con fuerzas, grito su nombre con toda la potencia de mis pulmones, sin embargo, él hace oídos sordos. Intento sacudirlo, pero al tocarlo recuerdo la terrible razón por la que me alejé de él. Mi príncipe fija su mirada en mí y luego examina la jarra empañada. Ve sus iniciales escritas en ella y al lado traza las iniciales de mi nombre mientras escurre una lágrima de su mejilla. –No te he olvidado–, afirma y luego se sienta para servirse un trago con sus amigos, me ignora de nuevo.

Cuando lo pienso mejor, me doy cuenta que pierdo mi tiempo al tratar de hablar con él. Un amigo le pregunta que si se siente bien, él afirma que hoy recordó nuestro onceavo aniversario. Trata de no llorar al hablar de mí y afirma que jamás me olvidó y que me recuerda todos los días. Asegura que nuestra separación fue solo un minuto misterioso del destino y que toda derrota en este mundo es una victoria en otros cielos. Apaga su cigarrillo y prende otro, parece que trata de ahogar su dolor con el humo del cigarro. Simplemente no me escuchará y no es porqué no desee escucharme; sino porque yo ya estoy muerta.

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