12. Veronika (☠ gore visceral warning)

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☠ADVERTENCIA: Este relato puede ser muy duro para lectores sensibles. Tiene contenido de gore visceral ultra explícito y violencia sexual muy brutal (nivel Serbian Film, SAW o Holocausto canibal). Si decides leer esto es bajo tu propia responsabilidad.

 Si decides leer esto es bajo tu propia responsabilidad

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¿Seremos la pesadilla de Dios?, es lo más seguro, y eso lo sabes muy bien. Míralo, ahí está él, amordazado, esposado, amarrado y encadenado. ¿Acaso crees que gritará? No, claro que no; seguro querrá hacerlo, pero no podrá: está amordazado.

Mira qué cosa tan enorme has conseguido, qué inmortalidad, qué inocuidad. Habías leído la leyenda del hombre de máscara blanca, que secuestra y tortura gente, pero jamás pensabas poder llegar a tal acto de grandeza y amor. Ahora lo emulas y tienes a tu víctima atrapada en la silla de tu cocina. Él sólo puede limitarse a llorar y a orinar su propio cuerpo desnudo. Lo que le harás no se lo han hecho ni a Prometeo.

Te has puesto ya la máscara blanca, sólo cubre la mitad de tu rostro y deja tu boca expuesta. Él parece no estar seguro de lo que le espera, pero debe presentirlo; puedes percibir su miedo, oler su terror.

Tienes el alicate en tus manos, estás listo para el primer paso y no tardas en darlo. Un placer devónico astilla tu mente mientras le vas arrancando las uñas; intuyes su martirio, su pánico, y por eso susurras a su oído: "depravado". Él es un cerdo, y por eso le estás amputando las uñas, dejando su carne expuesta a la intemperie de un mesiánico sadismo. Primero la mano derecha, luego la izquierda; después el pie derecho y el izquierdo. El brillo escarlata de sus dedos masacrados son una felonía exquisita, la fatamorgana de tu realismo ensoñado.

Ya estás listo con el cuchillo, mirando las lágrimas aterrorizadas de tu víctima; él grita bajo la mordaza, destrozando sus cuerdas bucales con sus alaridos, deseando la muerte más que nunca, él desea morir para que termine su masacre. Pero tú no lo vas a librar tan fácil, dejándolo al descanso de la muerte; tú lo harás sufrir como mártir inflamado. Miras su pecho, sonríes, estás ansioso de deflagrar con acero ese cuerpo desnudo. Tratas de hacerlo rápido, pero lo que haces es ardoroso, nervioso; él se retuerce demasiado. Has tomado su pezón derecho con tu siniestra y lo vas cortando con la diestra; sientes como si estuvieras fileteando un trozo de carne fresca, recién extraída de la res muerta, aún caliente. Cuando fileteas el pezón izquierdo, no puedes evitar tener una erección.

Tu víctima ya no llora, sientes una fetidez inmunda y descubres que él se ha cagado sobre la silla. Puedes sentir el penetrante olor de la mierda inflamando tus pulmones, y sientes que es la fragancia del terror. Sin hacer aspavientos, rodeas su cuello en un tierno abrazo de consuelo. Abres a la fuerza uno de sus ojos con tu mano izquierda, la derecha se desliza hasta el mesón más cercano y coge el frasco de cloro para ropa. Con delicadeza, vas vertiendo el líquido corrosivo sobre la mucosa vítrea de aquellos ojos asquerosos. Tu víctima se sacude desesperadamente, lo oyes murmurar piedad, y eso te excita aún más. La esclerótica se va cocinando, secando el ojo hasta dejarlo arrugado. Abres el otro ojo con la misma paciencia que el anterior y viertes el cloro sobre él. La presión de la sangre acelerada hace que se rompan algunos vasos sanguíneos de los ojos de tu víctima que empieza a llorar sangre. Sonríes y le haces un breve cariño en su nuca.

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