El despertador sonó con fuerza, haciéndole casi saltar de la cama. El solo de guitarra de Bohemian Rhapsody martilleaba sus oídos, indicándole que ya era hora de ir al trabajo. Todavía arrastraba la resaca del sábado y el hecho de pensar que tenía todo el lunes por delante le ponía de mal humor.
Se levantó con desgana y el frío del suelo casi le obliga a acostarse de nuevo. Sacó fuerzas de flaqueza y abrió la persiana, dejando que la luz inundara la habitación. El noviembre madrileño estaba siendo muy lluvioso, y ese día no parecía dar tregua. Una lluvia intensa mojaba las calles, adornando el paisaje con tonos grises.
Se duchó rápidamente con el agua ardiendo como tanto le gustaba y se puso los primeros vaqueros que encontró por el suelo y aún estaban medianamente decentes. Buscó en el desorden de su habitación alguna camiseta limpia, hasta que recordó que no había hecho la colada ese fin de semana, por estar demasiado ocupada con su última conquista, así que se conformó con la camiseta que compró en el último concierto de Bruno Mars, que había quedado colgando sobre la encimera de la cocina después de que prácticamente se la arrancara aquel chico.
Con prisa, se calzó sus botas negras favoritas y su inseparable chupa de cuero, y salió corriendo.
Una vez en la calle, el aire helado le invitó a subir hasta arriba la cremallera de su chaqueta. Un frío aguacero cubría el asfalto y congelaba los huesos de los viandantes, que, con paso ligero, se movían de un lado a otro resguardados en sus paraguas. Buscó la moto pensando en cómo se iba a empapar de ahí al curro y, al ubicarla, pegó una carrera hasta ella. Se colocó el casco rápidamente y arrancó rumbo al bar que había justo al lado de comisaría, donde solían desayunar la mayoría de compañeros.
El tráfico en días lluviosos era infernal, la gente andaba como una loca entre claxons y gritos, convirtiendo la tarea de conducir en un deporte de alto riesgo.
En una de las salidas de una rotonda, un coche se le echó encima y, para poder esquivarlo, tuvo que pegarse mucho a la acera, levantando un charco enorme de agua al frenar y empapando a una chica trajeada que esperaba justo allí, junto a la parada de autobús.
- ¡Perdona, chica! Ese cabrón casi me mata.
- ¿Y tú? ¿No sabes que los días de lluvia hay que coger el transporte público para evitar el tráfico desmesurado? ¿Cómo se te ocurre coger la moto en estas condiciones? ¡Podrías haber provocado un accidente grave!
- Ey, para el carro, que a quien casi matan es a mí, rubita -empezaba a cabrearle aquella sabelotodo- . A ver si ahora también va a ser culpa mía que ese gilipollas no sepa conducir.
- Primero, modera tu lenguaje, no por insultar más vas a tener más razón, y segundo, no tomes confianzas conmigo porque ni siquiera sabes mi nombre, así que ahórrate ese tipo de apelativos, que es de mala educación. Al menos podrías pedirme disculpas con un tono adecuado, ¡mira cómo me has puesto!
- ¿Sabe qué le digo, doña perfecta? - resopló intentado controlarse, pero sabiendo que era en vano. La iba a liar, ya no había vuelta atrás, esa chica le había tocado la moral- Váyase a la mierda. Eso sí: por favor.
Arrancó la moto y salió de allí a toda velocidad, pero no sin antes volver a empapar, esta vez deliberadamente, a la chica, que le regaló una mirada cargada de incredulidad.
Llegó al bar más tarde de la cuenta y sus compañeros ya casi habían terminado. Se acercó corriendo a la barra para pedir su café con porras antes de buscar con la mirada por el local. Allí estaban, sentados en la mesa de siempre.
Belén leía el periódico mientras Álvaro y Jose discutían como siempre de a saber qué tema. Sonrió al verlos y fue en su busca.
- ¡Buenos días!
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La chica de las rosas
RandomAcción, odio y sexo. El cóctel perfecto para que todo salga mal.