Danara no quería mover ni un solo músculo. Alba había llorado en silencio sobre su pecho todo lo que necesitó hasta que sintió como se relajaba. No supo en qué momento la chica había caído rendida en brazos de Morfeo, pero la dejó descansar un rato.
Su rostro reflejaba una paz que nunca antes le había visto. Sus manos todavía mantenían su camiseta apretada en un puño, como si fuese su anclaje para no perderse en toda esa marea negra que casi la arrastra antes. Sentía el cuerpo cálido sobre el suyo y eso mitigaba el dolor de llevar tanto tiempo sentadas en el suelo.
Alba se había acurrucado entre sus piernas y ella la había protegido en un abrazo que no pensaba romper hasta que fuese la otra quien se lo pidiera, por mucho que sus hombros empezaran a quejarse mediante punzadas.
"No pienso soltarte".
La catalana suspiró con fuerza y entrecortadamente, se removió inquieta, por eso Danara apretó su agarre hasta que volvió a calmarse.
- ¿Quién te ha hecho tanto daño, pequeña? - susurró mientras besaba su frente con fuerza.
Se mantuvo en aquella posición, luchando contra la necesidad de cambiar de postura, hasta que unos golpes delicados en la puerta alertaron a la chica que dormía plácidamente y despertó con un salto, algo asustada y desubicada.
- Tranquila, Alba, es solo la puerta - dijo sin alzar mucho la voz.
- Perdón, perdón. Me dormí - se retiró de ella rápidamente.
"¿Qué haces, Alba? ¿Estabas abrazada a ella como una niña pequeña?". Sintió la vergüenza mezclarse con el miedo de haberse dejado llevar, cosa que no podía permitirse.
- No pasa nada, era lo que necesitabas - estaba algo apurada con la reacción contraria.
Pudo leer perfectamente a la otra y no quiso que se agobiara por haberse dejado cuidar. La puerta volvió a sonar y Alba se incorporó rápidamente y fue a abrir.
- Siento molestar. ¿Cómo estás? - preguntó Belén preocupada, acariciándole la mejilla con cariño.
- Mejor, tranquila - le devolvió una sonrisa.
- Si necesitas cualquier cosa no dudes en pedírmelo.
- Lo sé, gracias - se apartó de la puerta invitándola a pasar.
- Díaz, ¿qué haces en el suelo? - preguntó burlona al ver a la chica ahí.
- Pues aquí, haciendo pilates, no te jode... - se levantó sacudiéndose el pantalón. Tenía las piernas tan dormidas que sentía una sensación muy desagradable subir por ellas. Las flexionó una y otra vez tratando de reactivar la circulación. La gallega la observaba divertida y eso le cabreó.- Borra esa sonrisa, idiota. Sé muy bien lo que estás pensando - se hizo la ofendida, arrancándole una carcajada.
- No te pongas digna que no te he dicho nada - se defendió ella con gesto inocente.
- No me hace falta - la chica volvió a reírse a carcajadas ante aquello -. Mira, vete a la mierda, Belén - le contestó avergonzada, haciéndola reír aun más fuerte.
- Ay, no te enfades, anda. Además, yo venía a algo importante.
- Pues no sé a qué esperas entonces.
- Eres una dramática, ¿lo sabías? - dijo la gallega con gracia, provocando que Alba esbozara una pequeña sonrisa que desapareció rápidamente en cuanto la isleña le miró con enfado fingido.
- Perdón - contestó la rubia intentando disimular.
- ¡Lo que me faltaba! Las dos sois muy graciosas, oye. Me hacéis tanta gracia... - exageró los gestos al ver cómo la chica no aguantaba más y rompía a reír, llenándole el pecho con aquel sonido.
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La chica de las rosas
OverigAcción, odio y sexo. El cóctel perfecto para que todo salga mal.