Cap.8 Cobarde

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La brisa helada del amanecer obligó a Alba a resguardarse dentro de su abrigo. A pesar de lo temprano que era, el andén ya rebosaba de vida. Se quedó observando a la gente que iba de un lado a otro buscando su tren, y otros que con calma experta esperaban en su mismo andén. Cientos de historias que merecía la pena conocer, algunas de reencuentros y otras de tristes despedidas. Vidas que pasan ajenas unas de otras, centradas en cosas más importantes que un simple beso o un "adiós", cosas que roban el foco a lo que realmente merece la pena, como es la suavidad de esas manos que te acarician por última vez o los ojos de esa persona que te sonríe, llenándote inconscientemente el alma de energía. La rutina diaria y los problemas de cada uno han acabado con la capacidad de darnos cuenta que a veces merece la pena gastar aunque sea solo un segundo en mirar a nuestros seres queridos. Sin querer creemos que el tiempo es eterno, y en realidad es un tirano que juega en nuestra contra, acechando en cualquier esquina para decirnos, el día menos esperado, que se acabó.

Alba sabía muy bien lo cruel que podía ser la vida y por eso atesoraba cada momento como si fuera único, por eso, se perdió en el abrazo que le dio una madre a su hija cerca de ellas. Se fijó en cómo acariciaba su pelo y le pedía con extremo amor que comiera bien y que estudiara. Era muy posible que su hija no supiera valorar de verdad esos momentos hasta el día que le faltasen.

- ¿Todo bien? - preguntó Laura, que acababa de llegar del baño con el bolso de viaje al hombro.

- Sí, sí - contestó algo apagada.

- Amor, ven aquí - le abrazó-. Sé perfectamente que no estás bien, no sé por qué intentas hacerte la dura conmigo. Te conozco desde que tengo memoria y puede que a veces me haga la tonta, pero solo me lo hago.

- ¿De qué hablas, Laura? - se separó nerviosa.

- Alba, estás huraña, nerviosa, distante, triste, y sé que las lágrimas de ayer no eran de emoción por las canciones.

- No sé qué historia te estás montando en la cabeza, pero yo estoy bien.

- Eres una cabezota. Te empeñas en encerrarte en ti misma, y así no vas a solucionar nada, que lo sepas. Ni con tu familia, ni entre nosotras.

- ¿Qué problema hay con nosotras? - su voz sonó más insegura de lo que quería.

La de ojos claros se acercó y acarició su rostro con dulzura.

- Sabes muy bien lo que pasa - suspiró-. Pero tranquila, sé que no estás preparada aún para enfrentarte a eso.

- Laura, yo te quiero...

- Lo sé, cariño, por eso estoy aquí - la rubia empezó a llorar y se aferró al cuerpo de la contraria-. Relájate, estoy contigo, estoy contigo. Hasta que ya no me necesites estaré aquí, no pienso dejarte sola, pase lo que pase. Te quiero, y eso no lo va a cambiar nada, Alba.

- Ayúdame, Laura, por favor. No puedo más. No quiero que nadie más sufra, al final sí que me parezco a mi padre.

La chica se separó y con gesto serio le cogió la cara con ambas manos, obligándola a mirarle.

- Escúchame, tú no eres como tu padre, no vuelvas a decir eso. Eres la persona más maravillosa que he conocido en mi vida.

- ¿Y por qué todos a los que quiero acaban sufriendo?

- Mi amor, tú no has hecho daño a nadie, tu padre es el que se equivocó, tú solo has intentado tapar sus errores. No mereces una carga tan pesada.

- A ti te estoy haciendo daño yo.

- Yo estoy eligiendo estar a tu lado, con todo lo que eso implica, y sé que todo puede saltar por los aires en cualquier momento, pero antes de mi pareja, eres mi amiga, y no te voy a dejar tirada.

La chica de las rosasDonde viven las historias. Descúbrelo ahora