Un silencio incómodo ambientaba el coche mientras las dos policías iban camino a las afueras.
La morena conducía con el rostro serio y fijo en la carretera, mientras la otra no podía parar de mirarla de reojo. Verle conducir le ponía nerviosa. Sus manos, agarrando con fuerza el volante, le secaban la boca, y en más de una ocasión tuvo que carraspear para ocultar un pequeño jadeo cuando las movía con sutileza para coger las curvas.
Odiaba sentirse así, por eso desde el primer día luchaba por mantener las distancias. Esos sentimientos primarios no eran propios de ella, se desconocía cada vez que la canaria pasaba por su lado y aquel olor a mar que la caracterizaba se colaba en su interior. "No estás aquí para esto", se repetía mentalmente cuando la respiración ajena se clavaba en sus pensamientos y prendía la llama en la boca de su estómago.
No entendía qué le estaba pasando, pero nunca había conocido a nadie como ella, que le rompiera los esquemas por completo. Estaba tan descolocada que se sentía a su merced, y eso le llevaba a ponerse a la defensiva siempre, era su forma de protegerse.
- No sé si es peor que hables como una sabelotodo o que te calles como una muerta - dijo la mayor sacándola de sus pensamientos.
- No tengo nada interesante que decir.
- Pues, por lo menos, deja de mirarme así.
- No te miro de ninguna manera - se obligó a mirar hacia adelante mientras se removía en el asiento, incómoda.
- Claro que me estás mirando, y me estás poniendo de mala leche. Si tienes algo que decirme, dilo y ya.
- Ni te miro ni quiero decirte nada, céntrate en conducir - tosió tratando de ocultar el temblor en su voz al sentirse descubierta.
- No vas a parar de darme lecciones, ¿verdad? Eres insoportable, compadezco a tu novio - dijo con tono burlón.
- No tengo novio, y sí, te estoy mirando, ¿pasa algo? - dijo aquello sin pensar y se arrepintió en el acto.
La canaria se sorprendió y se giró a mirarle con ojos inquisidores.
- ¿Y te gusta lo que ves? - su gesto se había vuelto oscuro y seductor.
La rubia se quedó embobada mirando el movimiento de sus labios y cómo se mantenían entreabiertos esperando una respuesta. Tardó unos segundos en salir de aquella pequeña burbuja y ser consciente de lo que estaba pasando.
- ¡¿Qué dices?! No te miro por eso, idiota. Estaba pendiente de que no excedieras el límite de velocidad establecido. Serás creída... - soltó rápidamente.
- Pues avisa a tu cara, porque me mirabas como si fuera el último donut de la caja o el último trozo de pizza.
- Ya quisieras. A mí no me van las tías como tú.
- Pero te van las tías - volvió a clavar los ojos en ella analizando su reacción.
- Eso no es asunto tuyo, y deberías estar atenta a la carretera, porque te acabas de pasar la salida - contestó desviando la vista hacia delante.
- Mierda. Ha sido culpa tuya - se quejó, volviendo a dar la vuelta a la rotonda para, ahora sí, coger la salida correcta, mientras la menor se tapaba la boca con la mano sutilmente, intentando ocultar una sonrisa tonta.
Cuando llegaron al barrio, como era de esperar, no fueron muy bien recibidas. Las puertas de las chabolas se fueron cerrando una a una y los pocos rostros que se dejaron ver no parecían muy amigables.
Pararon el coche a unos metros de la que debía ser la casa del desaparecido. Bajaron y Danara observó cómo la catalana parecía desconcertada, sin saber muy bien por dónde empezar. Se podía notar su inexperiencia en el trabajo de campo a la legua. Su cuerpo tenso y su mirada destartalada transmitían la inseguridad de quien se encuentra en un ambiente así por primera vez. Era tanto su nerviosismo que incluso le dio algo de ternura.
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La chica de las rosas
RastgeleAcción, odio y sexo. El cóctel perfecto para que todo salga mal.