Cap.11 Confesiones

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El amanecer sorprendió a Alba sentada en la cama. No había dormido apenas y tenía el estómago revuelto. Las pesadillas la habían despertado sobre las 5:30 de la mañana y fue incapaz de conciliar de nuevo el sueño. Se levantó despacio, el cuerpo le pesaba una tonelada, o al menos así lo sentía ella. Era como si todo fuera mucho más lento que su cabeza, provocándole una sensación de invalidez total.

Llegó hasta la cocina cuando los primeros rayos de sol empezaban a calentar la estancia. Encendió la cafetera y se preparó un café bien cargado.

"Lo voy a necesitar".

La idea de estar cerca de Regina le ponía muy nerviosa, prefería no haber vuelto a verla en la vida. Todos estos meses lo había conseguido y había pagado un precio muy alto al no poder disfrutar de la risa de Samuel. Ella daría cualquier cosa por su ahijado. Desde que nació, tuvo una conexión especial con él, era algo casi cósmico. En más de una ocasión creyeron que era hijo suyo porque se daban un aire, compartiendo incluso gestos. Ese niño era la única razón que la empujaba a aceptar aquella reunión, era tan inocente que no merecía verse salpicado por la mierda de los mayores a su alrededor. 

Se aferró a su recuerdo para reunir el valor de enfrentarse a la situación. Se tomó dos cafés antes de pasar rápidamente por la ducha, donde dejó el agua fría, tratando de despertar sus músculos adormecidos. Se secó hasta tener la melena en su sitio y se puso la ropa que le daba el aspecto más serio y duro. Un traje azul marino con camisa blanca, un poco abierta, cinturón marrón oscuro y pañuelo blanco en el bolsillo. Todo hecho a medida y planchado a la perfección antes de colocárselo.

Para muchos parecerá una tontería, pero para ella, el vestuario siempre había sido clave para ganar en confianza o en valor, tal vez porque nunca lo encontró en alguien cercano.

Sus padres, siempre más ocupados en sus propios problemas, habían olvidado que tenían en casa una niña mucho más sensible de lo que nunca supieron ninguno de los dos.

Fueron muchos los días en los que intentó impresionar o llamar la atención, buscando la perfección en el colegio y después en la academia. Con los años, encontró en la ropa una vía de escape y se agarró a ella, midiendo al detalle todo lo que se ponía. 

Para quien no la conozca podría parecer frívolo y superficial, pero nada más lejos de la realidad. Alba usaba todas esas capas para ocultar su fragilidad y lo sola que se sentía desde que tenía uso de razón.

Antes de lo que le hubiera gustado, llegó a la puerta de la pensión donde iba a encontrarse con Regina. Entró con gesto serio y le pidió al recepcionista que llamara a su habitación y le dijera que la señora Alba Gómez la esperaba en la cafetería de la esquina.

Después de esto se marchó hasta el local acordado. Sabía de sobra que en menos de diez minutos estaría allí.

El bar estaba lleno de gente, era la hora punta para los desayunos y eso le tranquilizó un poco. No habría sido capaz de estar a solas con ella. Buscó con la mirada un sitio adecuado para que pudieran hablar tranquilas y se decidió por una mesita en una esquina al fondo, pegada a la ventana y tan escondida que no tenía más mesas alrededor. En cuanto se sentó, un camarero alegre y con un acento andaluz bastante marcado se acercó a tomarle nota.

— Buenos días, señorita, usted dirá.

— Buenos días — contestó lánguida—. No tengo muy claro aún qué quiero, perdone.

— No se preocupe, dígame más o menos qué le apetece y puedo aconsejarle.

— Si tiene algo para calmar los nervios, que no sea tila, por favor. Ya la tengo aborrecida — sonrió triste.

La chica de las rosasDonde viven las historias. Descúbrelo ahora