─ᴇsᴘᴇʀᴀɴᴅᴏ ʟᴀ ᴍᴀʟᴅɪᴛᴀ ᴘᴇʟᴇᴀ

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—Caray, Paul, ¿No tienes casa propia?

Él se limitó a sonreírme sin hacer amago de moverse. Siguió tirado en mi sofá, mientras contemplaba un estúpido partido de béisbol en mi destartalada tele. Luego, con deliberada lentitud, extrajo una patata de la bolsa que tenía encima de la tripa y se la metió en la boca.

—Podrías traerte las cosas para picar, ¿no?

Crunch, crunch.

—No —contestó sin dejar de masticar—. Tu hermana me dio luz verde para que me sirviera cuanto me apeteciera.

Hice un esfuerzo para que la voz no delatara las muchas ganas que tenía de atizarle un buen golpe.

—Pero ahora Rachel no anda por aquí, ¿verdad?

No funcionó. Él se percató de mis intenciones e introdujo detrás de la nuca la bolsa, que crujió cuando la apretujó contra el cojín. Las patatas fritas se rompieron en pedacitos con gran estrépito. Paul cerró las manos hasta convertirlas en puños y los alzó cerca del rostro, imitando el gesto de un púgil.

—Venga, atrévete. No necesito la protección de Rachel.

Le bufé.

—Ya, como si no te pegaras a ella a la menor oportunidad.

Paul soltó una carcajada, bajó los puños y se recostó en el sofá.

—No voy a lloriquearle a ninguna chica. Si tienes la suerte de atizarme, eso queda entre nosotros, aunque tendría que ser recíproco, ¿vale?

Semejante invitación era todo un detalle. Simulé venirme abajo, como si hubiera cambiado de idea.

—Vale.

Él fijó los ojos en la pantalla de la tele...

... y yo arremetí.

Me supo a gloria el crujido de su nariz cuando le metí el puñetazo. Intentó agarrarme, pero me zafé antes de que pudiera atraparme, llevándome la bolsa de Doritos con la mano izquierda.

—Me has roto las napias, ¡idiota!

—Esto queda entre nosotros, ¿no, Paul?

Puse lejos la bolsa de patatas y me di la vuelta. El agredido estaba recolocando el tabique de su nariz para que no se le quedara torcido y la hemorragia se había detenido. No daba la impresión de haber sangrado después de limpiarse los labios y el mentón. Profirió un taco y soltó un respingo cuando empujó el cartílago.

—Uf —gruñó; luego, se reclinó sobre el sofá y frotó los restos de sangre del cuello de la camisa—. Eres rápido, chico. Eso he de concedértelo.

A continuación, centró su atención en el estúpido partido. Me quedé allí de pie como un pasmarote y luego salí pitando hacia mi habitación, murmurando tonterías sobre abducciones alienígenas.

En los viejos tiempos, podías contar con Paul para armar una bronca de campeonato en cualquier momento, ni siquiera necesitabas pegarle, bastaba una palabrita más fuerte de la cuenta. No hacía falta mucho para sacarle de sus casillas. Recordaba la vez que Millicent lo había hecho enfadar. El muy tarugo tenía que volverse un blandengue ahora que me moría de ganas por disfrutar de una pelea como Dios manda, de esas en las que lo rompes casi todo y pones el resto patas arriba.

Como si no fuera bastante malo que se hubiera producido otra imprimación en la manada, porque, en realidad, eso dejaba las cosas en cuatro a diez. ¿Cuándo iba a detenerse esa locura? ¡Por el amor de Dios, según los mitos, las imprimaciones eran casos esporádicos! Tanto amor predestinado y a primera vista me daba asco.

𝐎𝐍𝐋𝐘 𝐇𝐄𝐑³ | jacob blackDonde viven las historias. Descúbrelo ahora