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—¿En serio tienen que ir los dos?—. Preguntó Corey, frente al taxi que se llevaría a sus padres directo al aeropuerto.

—Debemos cumplir con nuestro deber—. Respondió la mujer, quién se acercó para estrecharlo con fuerza entre sus brazos —Esto lo hacemos por ti hijo, se fuerte. Es lo que te hemos enseñado desde siempre, no lo olvides nunca. Siempre habrá una salida en algún lugar— Sentenció tras depositar un beso en su frente. Corey hizo todo lo posible por no sentirse afectado por sus palabras, pensó en cambio que se verían muy pronto. Fue inocente al hacerlo, ni siquiera imaginaba que esas serían las últimas palabras que escucharía de ella.

Corey tenía 13 años cuando ocurrió. Su padre, había sido solicitado para prestar sus conocimientos a una nueva generación de obreros para la empresa que trabajaba. La mayoría del tiempo el hombre no paraba en casa, salvo para ver a su familia muy de vez en cuando y comer juntos; como si al hacerlo redimiera su ausencia. Pero era su forma tan consolidada de aprovechar esos momentos, los que lo hacían especiales.

Su madre era una mujer audaz, igual de trabajadora que su padre. Corey nunca supo qué clase de magia hacía para hacer muchas cosas al mismo tiempo sin perder el ritmo. De ella lo que más resaltaba era su gran sonrisa y calidez. Nunca le faltó amor y cariño por su parte. Sin embargo, para lo que nunca lo prepararon, fue para quedarse sin ambos de la noche a la mañana.

Aquel viaje los había borrado del mapa en cosa de segundos cuando el avión se estrelló. No se encontraron rastros de vida de Audrey y Cordelia, los padres de Corey. De hecho, de nadie en ese vuelo. La noticia fue tan devastadora para el adolescente, que salió corriendo hacia el aeropuerto solo con lo que vestía en ese momento. Llegó a la terminal sin un gramo de aire en los pulmones y entonces lloró la muerte entre gritos y sollozos desgarradores, hasta que no le quedaron más lágrimas que derramar y se desmayó.

Una semana y media después despertó en un hospital sin saber nada del mundo. Joseph Thompson se presentó ante él como el jefe de sus padres, a su vez como su nuevo tutor legal. Él mismo le habló de la situación de shock por la que estaba atravesando y que debía superar lo más pronto posible. Corey entonces se dejaría llevar con la corriente como alma en pena. Había perdido a las únicas dos personas más importantes en su vida; una parte de él se hallaba muerta por dentro, vivía por inercia al seguir las órdenes de Joseph ya que le hablaba mucho sobre ellos y no hubiese tenido sentido seguir; si no fuese por esos recuerdos que atesoraba igual que las últimas palabras de su madre. Quería ser más fuerte, pero solo lograba hundirse más en la depresión. Hasta que tiempo después de haber vivido bajo la tutela de Joseph, cuando cumplió su mayoría de edad volvió a casa como alguien nuevo.

Fue su nuevo entrenamiento militar y la madurez que le proporcionó aprender a vivir con el dolor de la usencia de sus padres, lo que le llevó a percibir que algo andaba mal. Como si el fantasma de aquellas últimas palabras dichas con cierta intención, fueran la clave a su incógnita. Corey comenzó a buscar pues cualquier anomalía que sosegara su paranoia; Sin embargo, no supo que buscaba hasta que tras poner la casa patas arriba, encontró lo que sería su nuevo motivo para vivir: un compartimento secreto detrás de la cama de sus padres el cual mantenía oculto unas carpetas que rezaban: Proyecto Impostor.


—Tierra llamando a Corey, tierra llamando a Corey —. Llamó Dorian imitando su mejor voz de robot. Sacando al de negro de sus cavilaciones.

—Aquí R2-D2 —. Se burló Corey en el mismo tono de voz mecánico, recibiendo un golpe en el brazo.

El ambiente entre los jóvenes había cambiado de manera considerable y que la verdad fuese dicha, pero Corey no se arrepentía de haberse acercado a Dorian. En el poco tiempo que llevaban hablando de todo y nada al mismo tiempo, supo que el chico poseía ojos violetas por herencia de genes albinos; amaba el color actual de su cabello al punto de hacerse con un cargamento de tintura por un largo tiempo. Cosa que seguía pareciéndole gracioso y un tanto obsesivo (aunque Corey no podía hablar al respecto con solo recordar su colección de antigüedades) Y que además, resultaron compartir el mismo afín por el mundo marino, sin embargo, Dorian en su vida había visitado un acuario. En pocas palabras, ambos estaban atraídos por el otro en silencio, ya que compartían el pensamiento de no querer arruinar todo demasiado rápido. Resolución que a Corey le inquietaba. Él no estaba ahí para hacer amigos, mucho menos encontrar el amor en nadie. Tenía una misión y nada debería interrumpirlo.

Proyecto ImpostorDonde viven las historias. Descúbrelo ahora