Epílogo I: Olor a Manzana

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Sep babys, +18 time.



Un olor dulce de tortitas, caramelo y fresas.

Un suave tintineo de un plato dejado con sumo cuidado en una superficie, muy cerca.

Una cálida mano acariciando su frente, llevando el pelo sobre su cara hacia atrás.

Sus pasos alejándose.

Rubius abrió los ojos extrañando aquella caricia. Frente a él, en la pequeña mesa, un gran desayuno, fue lo primero que vio, y tuvo que parpadear para creérselo. Se sentó, intentando recordar donde estaba.

-Buenos días princeso.

Lo miró, el pelinegro apoyaba la espalda en la barra de la cocina, con un café en las manos del que tomaba sorbitos mientras lo miraba sonriendo. Impecable, perfecto, todo un dios griego como siempre era.

-Vegetta -su voz sonó ronca, de recién despertado.

Pasando la lengua sobre sus labios, con el olor del desayuno y las fresas tan apetecibles, por fin despertó lo suficiente como para recordar.

-¿Los demás?

-La mayoría en casa de Luzu.

-Me quedé dormido...

-Aun lo estas chiqui.

Rubius rio alcanzando el plato. Miró extrañando no ver las fresas que había olido, las buscó por toda la mesa, pero allí no había nada, solo un marcador destapado. Lo miró, parpadeó, se había quedado dormido...

-¡¡¡VEGETTA!!!

El pelinegro saltó alarmado, casi tirando el café.

-¡Por dios Rubius no me des esos sustos leches!

-¡Dime que no tengo una polla en la cara!

La expresión de Vegetta era de absoluto desconcierto, hasta que poco a poco una sonrisa traviesa se fue dibujando en su cara. Se rio con los labios fuertemente apretados, intentando aguantarse.

-No tienes una polla en la cara pero puedes te...

-¡VEGETTAAAA! -ahora sí que el de ojos morados estalló a carcajadas- Como esos hijos de puta me hayan pintando una polla en la cara les vuelo la casa.

Se levantó, caminando en busca de un espejo.

-Que no cabezón que no, no tienes una polla en la cara.

-¿Seguro? No me mientas Vegetitta -reparó en la ventana, los lobos jugaban en el jardín, se acercó y pudo verse reflejado en el vidrio, por fin se lo creyó, regresando a tomar el desayuno, pero esta vez, para llevarlo y sentarse en los taburetes de la cocina, junto a él- Muchas gracias Vege.

-De nada.

-¿Y las fresas? -Vegetta levantó una ceja mientras tragaba un pequeño sorbo de café- he olido fresas.

El pelinegro sonrió solo un poco, y Rubius hubiera jurado que hasta se había sonrojado.

-"Es que te gusta ser imbécil" -su oso le hizo preguntarse a sí mismo qué pasaba- "Venga, cómete las fresas, están a tu izquierda, a tu otra izquierda, la la orilla de la mesa" -sus ojos lo único que encontraron fueron las caderas de Vegetta, apoyadas con mucha sensualidad justo donde su oso le había guiado- "esas, ahora, cómete las fresas".

Olor a manzanaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora