Traidora - George Weasley (Terminada)

XIV

"Recuerda, Morty: existe un infinito de inmensos espacios que ignoras y que te ignoran. Eres la nada en el pasado y la nada en el presente. Tus problemas son tan pequeño y estúpidos como  tu propio lugar en el universo. Diviértete."

Rick and Morty

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Era primero de octubre a las diecinueve horas que Evelyn se acercaba al despacho de Umbridge por primera vez, debatiéndose si no sería mejor quedarse en su habitación y pretender que le había dado mal la fecha. Intentó faltar a la siguiente clase que tenía con ella, pero le informaron que las ausencias ahora también eran castigadas injustamente. Resignada a la inminente tortura que la esperaba, tocó la puerta de la oficina y esperó a recibir un: "Adelante, querida." con una voz profundamente melosa. 

Abrió la puerta lentamente, como si de esa forma pudiera detener el tiempo, aunque de todas formas se espantó cuando observó el despacho que antiguamente había estado decorado con toda clase de criaturas maravillosamente peculiares, ahora contaba con una infinidad de maullidos gatunos provenientes de platos frágiles como los pilares de Dolores y paredes pintadas color rosa opaco. Esperaba un ornamento ostentoso, no ofuscante. 

-Señorita Warren... No la esperaba hoy.- sonrió. Ella sospechó que hacía con todos, fingía que su tarea era tan rutinaria que había perdido la noción de la misma; pero los alumnos valientes, o imprudentes que se atrevían a desafiarla, sabían que disfrutada de cada milésima de segundo, cada queja y refunfuño, cada mínima sensación de odio. -¡Pero qué pinta! No debería ir tan desalineada, querida.- advirtió observando disgustada las hojas en el cabello de Evelyn. Ni siquiera se había percatado de ellas, salió al bosque al finalizar las clases para despejarse y preparase mentalmente para lo que le esperaba. George le contó que a Harry le había provocado heridas físicas, aunque dudaba que a ella le hiciese lo mismo, le pidió que se cuidara. -Siéntate.

Sin palabra desde que había llegado, obedeció a la profesora y se colocó en la pequeña silla.

-Hoy escribirá unas líneas para mi.- anunció. Evelyn asintió, no podría ser tan malo, después de todo era lo que hacían en clases. Le puso enfrente el pergamino y la detuvo apretando fuertemente su brazo cuando intentó sacar una pluma de su mochila. -No, no.- sonrió cínicamente -Utilizarás una pluma mía, es especial. Escribe: "No... no debo cuestionar a mis profesores."- estuvo a punto de pedirle que escribiera "No debo cuestionar al Ministerio", pero haría aun más evidente su plan en el colegio. Si bien no era un secreto, una revuelta se daría si alguien viera la inevitablemente futura cicatriz de la chica.

La pluma, color rojo sangre, fue liberada de su escondite, sedienta de su alimento. Evelyn vaciló antes de escribir, algo estaba mal. Lo ignoró y continuó con la escritura, escuchando cada sorbo de té y cada uno de ellos acercándola a la impaciencia. Pero no pudo concentrarse en ese sentimiento extrañamente tan mortificador como reconfortante, porque comenzó a sentir un ardor en la mano izquierda. Se ignoró nuevamente hasta que un líquido espeso y caliente le mojó levemente la mano: sangre. 

Miró con horror a la profesora. La primera vez que deseaba emitir palabra en toda la reunión y no lo lograba, paralizada por el odio. Ni siquiera pensando en ella, sino en los niños; pequeños que no respetaban las absurdas normas que recientemente había impuesto y si a ella le aplicaba ese castigo por solo hablar de un "tabú", no quería saber lo que les hacía a los quebrantantes de las normas. Tendría que advertirle a Fred y George.

-¿Sí, cariño?

-Nada.- escupió casi venenosa.

-Dime si no valió la pena el castigo.- dijo George a la mañana siguiente y a la ligera caminando junto con Fred a su lado en dirección a la clase de Herbología.